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Querido Profe Hausleber…

Le debo esta carta hace años y sé bien que desde el terso infinito ya conoce las verdades de estas líneas, pero en honor a las memorias y por la insistencia de mi corazón, aquí le escribo.

Profe lo extraño mucho y en cada oportunidad platico alguno de nuestros secretos. No se enoje, es la mejor forma de tenerlo presente. En las mañanas, con el aroma del café, me acuerdo de nuestras charlas y aún me río de sus corajes, cuando escuchaba esas recepciones honorables “Demos la bienvenida al ‘Padre de la Marcha Mexicana’: el Profesor Jerzy Hausleber” y usted entre dientes murmuraba “¡Ah! Ya van a empezar estos a chingar con el 11º mandamiento: ¡No mamen!”.

ProfeyYoÉsta es de cuando inauguraron la pista del CNAR que lleva su nombre, y portó en el pecho la Orden del Águila Azteca.

Pero ¿Qué quería Profesor? Si con su autoritario y escandinavo carácter guió a nueve hombres hasta ganar medallas olímpicas y a muchas generaciones a brillar con más de 100 ascensos a podios por todo el mundo; no se le podía nombrar de otra forma. Ahora entiendo que sus ácidas respuestas, eran una humildad repulsiva a los homenajes. “Si yo soy el ‘Padre de la Marcha Mexicana’, díganme dónde está la madre, para que no me echen nomás a mí la culpa de todo el desmadre este”, también decía.

Antes de conocerlo, Profesor, yo le tenía miedo. Sólo sabía que usted era un viejillo inflexible, serio, de imponente actitud e intolerante a la idiotez (quizá eso último era lo que más me intimidaba); pero tenerlo en mi vida marcó una inflexión muy importante. No me tocó verlo en su apogeo como entrenador, pero conocí al ser humano: a un hombre encantador y valiente, a un caballero de corazón guerrero, cuyo latir se movía al vaivén de sístoles ácidas, como el limón, y diástoles, dulces como la miel. Valoro la fortuna de compartir sus pláticas, porque cada momento a su lado era tomar clase.

Me dolió mucho saber sobre la muerte de sus hermanos, durante las Guerras Mundiales, uno ejecutado por el Ejército Rojo y otro por el Italiano; hasta entonces entendí que Polonia quedó a su suerte en fuegos cruzados. Recuerdo su mirada vaga, buscando tal vez entre el dolor de la añoranza, algún recuerdo de ellos. También me dolieron sus piernas, fracturadas hace muchísimos años en una caída, mientras practicaba esquí nórdico. Me dolió que sus ojos atestiguaran esta fragmentada marcha atlética mexicana, como si fueran los restos huesudos de lo que usted había creado.

IMG_8358Sin cita previa, nos encontrábamos en uno u otro lugar, aquí en la Olimpiada Nacional de Tijuana.

 

¿Pero sabe? Una de mis partes favoritas de ir a la Olimpiada Nacional, era saber que estaría usted allí, sentadito bajo la sombra de una carpa. Usted podía ver todos los eventos y categorías, sin discriminar edades, ni disciplinas, sus ojos iban atentos a las pruebas de marcha, como las de martillo o salto, mientras me contaba alguna historia que me haría reír y yo sólo  le hacía preguntas bobas, o alguno de mis malos chistes, mientras brindábamos con traguitos de bebidas isotónicas.

Con usted aprendí además que ser digno no va asociado con riquezas. Tener una imagen digna no es vestir ropa cara, es conservarse limpio, con un atuendo arreglado, con cabello peinado y un aroma que evoque el agrado de nuestra presencia. Siempre lo vi de traje y corbata, y cuando llegaba, su loción English Leather se quedaba en la oficina y se mezclaba con el olor del café y una concha de chocolate.

¿Se acuerda lo agobiada que estaba antes de iniciar la locución en la Copa del Mundo de Marcha de Chihuahua? Era Mayo de 2010. Estudié mucho esos días y le dije que tenía miedo a equivocarme en público, de hecho no me paraba la boca en explicarle cómo me sentía; siempre me dejó hablar mucho, porque usted sabía que el silencio me pone nerviosa, pero cuando me quedé callada, dijo sólo cuatro palabras: “Lo hará muy bien” y con esa frase me lancé a esa nueva aventura.

Al terminar la primera jornada, se acercó y me dijo “Ahora sí puedo decir que en usted tengo una nieta más”. No sé si alguna vez le diría eso al Sargento Pedraza, a Canto o a Bautista, pero para mi esa frase suya vale más que todas las medallas olímpicas de la marcha mexicana.

Hace unos días leía un periódico de 1970. Decía: “México hace el 1-2 en marcha; Colín llora descalificado, Hausleber satisfecho”. Me reí mucho. Imaginé que su actitud campante no respondía ni al oro ni a la plata, sino a ver a alguien sufrir por sus errores. Quizá estoy loca y pienso así bajo los influjos de ese humor ácido que me contagiaba usted.

Y ya poniéndonos ácidos, ¿le digo algo? Usted se hizo el difícil con la muerte. ¿Se acuerda cuando le dieron los infartos? ¿O cuando lo picó la araña violinista -de las más venenosas que existen- y que los pronósticos estaban en contra? Tan pronto salió del hospital y fue a visitarnos, me enseñó su pierna y me dijo que estaba tan hinchada como la pata de un elefante y era cierto. Me reí mucho, porque el pantalón no le subía para que me enseñara el piquete; no lo pude evitar, pero ahora creo que a usted le gustaba escuchar mis carcajadas.

ProfeHausleberyYoNos la tomó Carlos Ochoa, entre alguna de muchas pláticas, tomando café.

Por eso, la última vez que estuvo en el hospital, me mentalicé a una cosa: si lo visitaba, sería para hacerlo reír tanto como usted a mí. Ese jueves, cuando llegué a su cama, estaba dormido y me puse triste; me pidieron esperar, pues despertaría pronto y así hizo. Usted estaba tan de mal humor, como un niño de 4 años que no quería tomar sus medicinas y a regañadientes las tragó todas. No me había visto, por eso me acerqué y hablé fuerte «¡PROFEEEESOOOR!», le dije. Me quedaré por siempre con el recuerdo de ese rostro suyo: sorprendido, emocionado, radiante, feliz. “¡Tenía una semana que no nos sonreía! Deberías venir más seguido”, me dijo Gregorio, su acompañante, mientras usted me tomó la mano con fuerza.

Me dijeron que ya no podía hablar y vi su inmenso esfuerzo por intentarlo. Sólo nos faltó el café. “¿Dónde ha estado? ¿Qué está haciendo?”, me preguntaba, mientras me veía con un brillo alegre en los ojos. Ya no recuerdo todo lo que nos dijimos, pero sí que usted se reía y apretaba con más fuerza mi mano.

Después llegó una enfermera a decir que el sábado lo darían de alta. Usted y yo comprendíamos de qué se trataba todo y no quise llorar. “¡Ya ve Profe, ya se va a dar lata en su casa! Siga igual, no se tome las medicinas, sea desobediente, refunfuñe mucho”, le aconsejé, usted asintió mientras reía. Supe que me haría caso. Al despedirme, me besó la mano, después la frente, nos abrazamos muy fuerte y sonreímos. Quiero agradecerle, Profe, por permitirme vivir el adiós más hermosa de mi vida.

Justo a la semana siguiente, usted se fue. Lloré mucho en la mañana, pero cuando fui a verlo, estuve tranquila, casi feliz, creo que en ese momento me di cuenta de lo afortunada que soy de haber compartido con usted tantos momentos tan bonitos.

En su funeral, yo no quería llorar, sólo quería platicar de todas las cosas divertidas y chistosas que pasamos juntos; tenía ganas de decir «miren: ¡la vida extraordinaria que tuvo y la fortuna que tuvimos de atestiguarla!»; tenía ganas de que otros me compartieran recuerdos sobre usted, desde el Profesor Tadeuz Kepka, el Profesor Andrzej Piotrowski, el propio Daniel Bautista, Carlos Mercenario, Ernesto Canto y un desfile de personas que lo quisimos y lo seguiremos queriendo mucho. Entonces me enteré que usted no nació en Polonia, sino en Lituania, cuando el mundo tenía otros países, otras delimitaciones, otros ritmos.

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No sé por qué no le di un pésame a su hijo menor, por el contrario, de mi boca salió una especie de felicitación. “Eres un gran hijo, Andrés”, le dije a él que lo cuidó por tantos años.

Profe, no se enoje, esta carta no es homenaje, es mi catarsis por no poder platicar más con usted. A mi y a mi café matutino nos hacen falta sus consejos, sus comentarios y su peculiar forma de animarme. Recuerdo un día que me sentía muy mal y le dije “Profe me duele mucho la cabeza” y usted me respondió “pues qué bueno que le duela, quiere decir que todavía tiene la cabeza con usted”. Para no perder la costumbre, sí, me reí mucho. Siempre que algo me duele, recuerdo eso que me dijo y pienso “¡Es cierto! ¡Sigo viva!”.

Le mando muchos besos y abrazos, allá en el rincón azul de una mejor dimensión, donde ya está con sus hermanos, donde no le duelen las piernas y donde seguro también hay arañas violinistas, pero ya no atacan a nadie. Lo quiero mucho, Profe.

15 comentarios en “Querido Profe Hausleber…”

  1. Katy, leo que así te llaman tus amigos.
    Que bella carta al Profesor.
    Yo lo conocí por las platicas muy similares a las tuyas pero yo con el Profesor Kempka.
    Ha sido una alegría leerte y recordar todos esos bellos momentos con esos tres extraordinarios Polacos y seres humanos.
    Un abrazo desde el no conocerte, pero desde donde coincidimos.

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  2. Mi querida Katy, nunca había tenido la oportunidad de leerte y tengo que reconocer mi gran error, pues he descubierto una gran narradora, pero sobre todo a un mujer sensible que transmite maravillosamente sus experiencias, Gracias por venir a darle esa frescura a lo que me apasiona, el periodismo, considérame desde ya uno de tus más asiduos lectores, felicidades

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  3. Katy, soy tu fan, tú lo sabes. Me encanta leerte. ¡Qué recuerdos los del profe!. Lo conocí, por supuesto, no como tú, y sí, pude constatar su seriedad. Él y el profe Tadeus son probablemente mi mejor recuerdo de mis visitas al CDOM. Te mando un abrazo y un beso. Soy tu fan.

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