Deportes, El camino de una periodista

Mi querido enemigo

KATY LÓPEZ

El cielo era azul y los árboles de eucalipto se mecían al vaivén del viento de verano, mientras yo respiraba profundo el aroma que deja la tierra mojada, tras una noche de lluvia. En medio de mi onírica escena, se coló una bocanada de cigarro. No evité el gesto repulsivo que arruinó mi momento y fui aún más lejos: busqué en la trayectoria de aquel humo al culpable de mi regreso a la realidad y allí estaba él: con su gorra azul, su pantalón casual, que hacía juego con una chamarra color caqui, un rostro pálido, lleno de arrugas y esos pequeños ojos café que apuntaban con desdén a la pista de atletismo.

Olvidé aquel profundo aliento, hice una mueca y esperé el comentario de ese frecuente “enemigo mío”: el profesor de Polonia, Andrzej Piotrowski, entonces entrenador de velocistas como el medallista mundial Alejandro Cárdenas, Mayra González, Óscar Juanz o Israel Benítez. Todos trabajaban hasta después del mediodía en la pista de atletismo del Centro Deportivo Olímpico Mexicano.

Yo tenía 19 años, no existían las redes sociales y los teléfonos móviles no tenían cámara fotográfica, mucho menos internet. Debutaba como reportera de Deporte Amateur en el Diario Deportivo Récord; una fuente que, hoy penosamente confieso, no era de mi agrado: no le entendía nada, no conocía a ningún competidor, ningún deporte, ninguna regla. Yo, que sólo quería escribir de NBA, ahora estaba reporteando un montón de deportes olímpicos de los que no tenía ni la más atómica noción.

Pero para iniciar en Récord había una condición: en los primeros seis meses de trabajo te tenías que ganar tu nombre; es decir: si salías a hacer una entrevista o investigación, la información que escribieras no diría “Katya López”, por ejemplo sino “Redacción Récord”, mi nombre aparecería hasta que mi calidad periodística estuviera confirmada, así que el camino era muy largo aún.

A pesar de mi anonimato, el profesor Piotrowski a diario leía el periódico y, por pequeñas que fueran, leía las notas de Deporte Amateur firmadas por un “Redacción Récord” del que conocía la cara. Así que también a diario tenía algún reclamo guardado entre el humo del cigarro para mí. “¿Por qué escribió “100 metros con vallas varoniles” si los hombres corren 110”. “¡No se dice lanzamiento de bala, es impulso de bala! ¡Ah estas guentes!”, decía sin siquiera verme, y devolvía un cigarro delgadísimo a su boca.

Esa tarde soleada y calurosa, fui de nuevo a esa cita no escrita, por un regaño más, un refunfuño, algún desaire, pero el profesor no decía nada, ni siquiera veía el moreno rostro de una pobre adolescente que apenas aprendía a juntar sujeto y predicado. Entonces me pareció que esa tarde el profesor Piotrowski estaba más iracundo que cualquier otra ocasión. Sentí pavor y el cielo azul, el sol radiante y las flores silvestres creciendo en el campo parecían expectantes a la hecatombe.

Él estaba sentado en una escalinata, frente a la meta de los 100 metros y entonces salieron de su boca seis palabras:

  • ¿Es usted idiota, o qué es? Me dejó absorta en una marabunta de contradicciones: noté que el profesor Piotrowski me respetaba lo suficiente para hablarme de “usted” pero no tanto como para contenerse de insultarme. Lo dijo con un tono suficientemente fuerte como para que sus atletas tomaran sus cosas y se alejaran del tsunami que se avecinaba.
  • ¿¡Por qué me dice eso, profesor!?
  • ¿Si se da cuenta que hoy escribió que Alejandro Cárdenas se recupera de una “fascitis frontal”?
  • ¡Pues sí, eso me dijo él, que tenía eso! ¿Yo qué?
  • ¿Ah sí? ¡No me diga! ¿Dónde la tiene? ¿En la frente? ¿En el pene?
  • ¡Pues como voy yo a saber profesor, no soy doctora!

“¿Respuesta final?”, dijo demasiado tarde mi cerebro. El profesor hizo algo que yo nunca había visto: se levantó de su silla, su pálida piel se tornó roja y caminó hacia mi irreverente, petrificado, ignorante y aterrorizado ser.

“¿Pero cómo es posible que diga usted semejante estupidez’? ¿Boh, qué espera? ¿Que vengamos todos a resolverle aquí su trabajo? Usted “no es doctora” ¡ES REPORTERA! Y tiene que saber y si no sabe ¡aprenda! ¡Y si no aprendió, pregunte! ¡SE LLAMA FASCITIS PLANTAR! ¿Alguna vez alguien aquí le ha negado una entrevista? ¿Alguien le ha dicho que no puede atenderle? Acaba el entrenamiento y todos aquí le dan el tiempo que sea para sus entrevistas, aunque tengan que ir a comer o a descansar ¿y usted qué hace con el tiempo de las guentes? ¿Escribir idiotez?

“¿Las guentes que compran su periódico en la calle no saben quién es usted ¡PERO AQUÍ! Aquí sí sabemos quién escribe tonterías, que no sabe de qué está hablando, que no le importa saber y lo peor: ¡Que no le importa ni su nombre! Y si no le importa su nombre ¿¡boh qué dedicamos tiempo a usted que no le importa nada!?

“¡Su nombre no sale aquí, pero sabemos quién es! ¿Qué no le importa? ¿No le importa que sepamos que es usted una idiota? Si usted es periodista ¿qué no sabe lo que vale su nombre? ¿Nadie le ha dicho que cuando llegue a hacer entrevista van a decir “ah si, la que dice lanzamiento de bala”, “la de la fascitis frontal”? ¡Irresponsable!”.

Creo que me quedé con la boca abierta y los ojos desorbitados. No sé cómo permanecí callada tanto tiempo, no sé cómo contuve el llanto. Salí de la pista. Me temblaban las piernas, me latía muy fuerte el corazón. Me fui hacia el periódico y en el trayecto, pensé cada palabra a detalle.

Estaba terriblemente avergonzada. Nunca me sentí tan humillada como esa radiante tarde de verano. La mayor humillación era aceptar tan tarde que todo ese tiempo había actuado exactamente como una idiota y que arrastraba mi nombre al de la fama de alguien profundamente estúpido e inconsciente de serlo.

Al otro día regresé a la pista y estaba de nuevo el profesor con su cigarro. Otra vez me temblaban las piernas y con todo el miedo de causar un nuevo enojo, inhalé profundo, lo miré y tras verme de reojo con soberbia, él me dio la mano derecha, pero no con la palma extendida, sino con el dedo pulgar y el dedo índice juntos, como si entre ambos detuviera una copa de vino. Emulé el movimiento y chocamos los dedos, en una especie de “brindis por la paz”.

Me senté junto a él.

  • Oiga Profesor ¿cuánto mide la pista de atletismo?
  • Son 400 metros, y se hacen las carreras desde 100m hasta 10,000m, más las tres que son con obstáculos y los dos relevos: 100m y 400m”.
  • Ahhh.
  • ¿Y él qué está haciendo?
  • Salto con garrocha. Hay dos saltos verticales: garrocha y altura, dos horizontales: longitud y triple.
  • Creí que atletismo solo era correr.
  • Boh, también hay lanzamiento: martillo, disco y jabalina, pero bala se impulsa, no se lanza.
  • Ahhh.

Así comenzaron unas clases de algo que en ninguna escuela me habían enseñado jamás. El profesor Piotrowski abrió una puerta a un mundo asombroso que yo no había entendido. Un mundo que se volvió radiante y legible. En un lenguaje universal: el del esfuerzo del espíritu manifestado en el cuerpo.

El profesor Piotrowski pasó de ser el hombre enojón que arruinaba mis respiros, a mi maestro, mi amigo, quizá el amigo más honesto que llegaba a mi vida en mis inicios en este oficio; porque sin duda muchos podrían leer que yo escribía con una profunda ignorancia, pero sólo para él fue importante hacérmelo saber.

Gracias a él comprendí cada disciplina atlética y perdí el miedo de preguntar una y otra ocasión si no entendía “por que más vale parecer tonto una vez que serlo toda la vida”, me decía el profesor Piotrowski.

Pocos años después, entre mi asombro, hice el primer viaje al extranjero de mi vida laboral: los Campeonatos Mundiales de Atletismo de Helsinki, Finlandia –otra curiosa historia, por cierto–. Los viví como ir a Disneylandia: comprendí cada esfuerzo, cada derrota, cada llanto de victoria, cada evento y sus detalles.

¡Estaba tan asombrada! Cuando regresé, busqué al profesor ¡y le contaba tantas cosas al mismo tiempo!

“¡Profesor! ¿¡Qué cree!? Yelena Isinbáyeva usa aretes de delfines y mire me dejó su correo electrónico, ella me lo escribió aquí. No invente profe, ¡Bekele corre increíble, su última vuelta del 10,000m en 54 segundooooos! ¿Y qué cree? Que el que ganó los 3,000m con obstáculos se llamaba Saif Shaheen, era de Qatar pero nació en Kenia y los kenianos lo veían feo porque le pagaron un millón de dólares por naturalizarse, más Kemboi. Jefferson Pérez se cayó en la meta porque traía calambres y aún así ganó los 20k de marcha. Ana Guevara, la máxima medallista mundial del atletismo mexicano, ¡profe la vi ganar su bronce! ¿Y sabe qué? Allá meten al campo unos cochecitos rojos que van por las jabalinas y los discos ¡y los regresan a las jaulas! ¿Y si sabía que ese estadio se usó en los Olímpicos del 52 y en la entrada está una escultura de ¡Paavo Nurmi!? Me tomé una foto con Nurmi, bueno con la estatua. ¡Y mire! Le traje un libro de estadísticas, pesa un montón pero usted si lo va a saber usar…”.

Creo que el profesor se estaba mareando de tanto escucharme. Creo que se dio cuenta de que había creado un monstruo. Pero también creo que estaba muy feliz de ver que aquel regaño hizo florecer tantas cosas tan buenas en mi vida.

Aquel hombre que hacía años no paró en insultos y gritos, acompañados siempre de un respetuoso “usted”, aquel que era “mi querido enemigo» se convirtió en una de las personas que más aprecio. Desde entonces puedo platicar con él en su idioma: el deporte, el alto rendimiento, el olimpismo, la historia, el esfuerzo.

Ese doloroso regaño me hizo ver lo mucho que me estimaba y, en especial, algo que demuestra su psicología de buen entrenador: el profesor Piotrowski no solapará ni el más mínimo dejo de mediocridad de nadie; va a exigir, de las maneras que sea necesario, dar el máximo y cuando se logre la meta, no aplaudirá. “Para eso habíamos trabajado ¿no? ¿Ya lo lograste? Viene un reto más grande entonces”, regularmente piensa él así.

Porque un coach te enseña que lo excelente no llega por azar, que la excelencia se trabaja y se cosecha, que la vida no merece menos que tu máximo esfuerzo para que al final del día ni el más ínfimo rastro de indiferencia nuble lo mejor de ti.

Gracias por tanto, mi querido enemigo.

Deportes, El camino de una periodista, Mujer y Deporte

Luz olímpica

Si no existiera la noche, no descubriríamos el potente destello de las estrellas. Así es la adversidad, que en sus fases más oscuras nos ayuda a encontrar la luz. En una de esas etapas, yo diría que encontré mi ‘Luz Olímpica’.

En noviembre de 2018, Luz Mercedes Acosta recibió la medalla olímpica que por derecho le correspondía desde los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Aunque no subió al podio en la sede británica, el Comité Olímpico Internacional anunció años después que tras descubrir los dopajes de: la kazaja Maiya Meneza (oro), la rusa Svetlana Tsarukaeva (plata) y la turca Simsek Sibel (4ª), la mexicana Luz Mercedes era la verdadera ganadora del bronce

Justo en esos Olímpicos ella hizo por mi algo que merecía una medalla de diamantes y como no puedo entregársela, lo mejor que puedo hacer es compartir esta historia…

Estaba en Londres 2012, mis primeros Juegos que fueron un tanto ‘X-tream’: tenía más de dos meses sin recibir pago, no tenía dinero, y al llegar a Inglaterra no tenía donde vivir… pero, el 23 de julio, en mi primer día de trabajo, fui al ExCeL Complex y encontré en entrenamiento a Joselino Montes y Luz Mercedes Acosta, los dos, de levantamiento de pesas.

Mientras practicaban, pensé en lo que pasaron para clasificar a los Juegos: Lino era el primer hombre mexicano, en 28 años, que competiría en unos Olímpicos y Luz Mercedes ¡uff! Yo no conocí antes de ella a nadie que peleara su plaza olímpica hasta las últimas instancias administrativas, institucionales y hasta jurídicas, sólo ella. La Federación Mexicana de Levantamiento de Pesas no quería llevarla, pero de acuerdo a sus propios criterios de selección –escritos meses antes de los Juegos – a ella le correspondía la plaza. Luz Mercedes no desistió hasta vivir sus segundos Olímpicos (fue 8ª en Beijing 2008) y allí estaba, en sus últimas practicas en Inglaterra.

Terminaron de entrenar. Se acercaron para que los entrevistáramos y al final, Luz Mercedes me saludó contenta, yo también lo estaba…no sé, ahora creo que ella notó algo en mí. Me preguntó qué pasaba y brevemente le conté mi austera y enredada historia. Se afligió pero -como buena sonorense- no tardó en sonreírle a mi desgracia, que vi en su rostro como si fuera suya.

Más en invitación que en los formalismos del trabajo me dijo: “¿¡vas a venir a mi competencia!?”. (Aquí quiero hacer un paréntesis: cuando un atleta te hace esa pregunta, es una distinción muy especial, quiere decir que quiere compartir contigo esa experiencia, quiere que, al final del momento para el que se preparó por años -o quizá toda su vida-, puedas estar a su lado).

A eso había ido yo a Londres: a ver a los atletas de México competir. Así que, sin titubeos, respondí: «¡Claro que sí Luz!”. Así quedamos.

Seguí mis días de cobertura y como fui invitada, a las 10:00 am del 31 de julio de 2012, estaba en el ExCel Complex de nuevo, para ver la competencia femenil del Grupo A en -63kg. de halterofilia; es decir, a Luz Mercedes, que hizo 99 kilos de arranque, 125 de envión, para un total de 224kg: sexto sitio para la mexicana.

Fui a la zona mixta para entrevistarla. Terminó el protocolo laboral y Luz Mercedes me dijo: “¡Espérame aquí! ¡No te me vayas!” Y así hice. Pasaron menos de 10 minutos y Luz no regresaba, pero entonces llegó la Doctora Mónica, quien formó parte del equipo multidisciplinario de Luz Mercedes; la Doctora me dijo: «Luz ya no pudo venir contigo porque le pidieron hacer prueba anti dopaje, pero vengo de su parte. Abre tu mochila» y sacó una bolsa llena de alimentos: cereales, frutos secos, jugos, sándwiches, panqués, barras energéticas, agua… Era demasiado y yo, bueno, casi lloraba. “¡Doctora, por favor dígale que muchas gracias!”, dije y la abracé muy fuerte. Después le escribí a Luz Mercedes y ella contestó: “No me digas nada, no puedo hacer tanto como quisiera, pero si en esto puedo ayudarte…además tú harías lo mismo”, me dijo. No había duda de que sí.

Toda esa semana pensé: ¿Cómo podía ella pensar en mí, teniendo encima la presión administrativa por su participación en Londres 2012? En el evento para el que se preparó por cuatro años, Luz se acordó de mí y pensó en cómo aminorar mis dificultades.

Además, los pesistas no pueden comer casi nada el día de su competencia, pues en ocasiones el peso corporal puede ser el criterio de desempate.

Con todo y eso, con todo y tener que cargar kilos de comida en pleno ayuno, antes de salir de la Villa Olímpica, Luz sacó del comedor tantos alimentos como pudo para entregármelos y ¿qué hice yo? Bueno claro que le agradecí y consumí parte de esa bendición, pero si algo aprendí de mi jefe y editor en Récord, Gustavo Borges, fue que la mejor forma de agradecer las bendiciones no era regresarlas a quien las entrega, sino compartirlas con quienes las necesitan.

Así hice con lo que Luz me entregó. Le invité a compañeros que tal vez no estaban en una situación como la mía -por que la verdad: no cualquiera es un homeless en el Reino Unido-, pero que por los andares olímpicos no tenían tiempo de salir a comer. Disfruté ver como la ayuda de Luz Mercedes se multiplicó para muchos más.

Yo no sé qué le habrá demostrado al público, los jueces y sus rivales en el escenario de competencia, pero para mí, Luz se llevó una medalla de diamantes azules, en humanidad y empatía.

Siempre le agradeceré mucho a Luz su solidaridad, su atención y el brillo de su nombre en su actitud.

Prácticamente al 6º aniversario de esta historia, en noviembre de 2018, la vida le permitió cosechar algunas de las hermosas bendiciones que han florecido tras la siembra de su bondad y escribió su nombre en el muro de los medallistas olímpicos de México.

El camino de una periodista

¡Celebremos la vida!

Lucía Zamora, sobreviviente de Álvaro Obregón 286, cumple un añejo sueño: conocer al ex futbolista Alberto García Aspe

@Katilunga

Lucía Zamora y Beto García Aspe

En 36 horas bajo los escombros del edificio Álvaro Obregón 286 y la oscuridad de sus ruinas, Lucía Zamora batallaba con pensamientos recurrentes “¿Y si no nos encuentran?”, “¿Y si no salimos?”, se decía, hasta que eligió dominar las ideas y motivar su supervivencia. “Cuando salga, voy a abrazar muy fuerte a mi hermana”, “cuando salga, voy a deshacerme de esta ropa” y así regreso a su recuerdo un antiguo deseo: “cuando salga, voy por fin a conocer a Beto García Aspe”. Sí. Hizo de cada pensamiento una realidad, hasta hilvanar con todas ellas el inicio de una nueva vida.

Lucía llega puntual, 14:45 horas, al Restaurante Lucca, en el Pedregal de la CdMx. Domina las ansias por saber qué pasa, pero su sonrisa curiosa -esa con la que salió de las ruinas del colapsado inmueble- la delata. Mientras platica y toma un poco de limonada, una mano toca su hombro: sí, es Alberto García Aspe, el mismo que de pequeña la motivó a amar el futbol.

Se abrazan alegres, se presentan y entonces, Lucy le comparte cómo inició su pasión por el deporte. “Mi papá y yo veíamos juntos los partidos. Yo le quería ir a un equipo que no fuera el América, porque mi papá le iba a ese y lo divertido era ser rivales. Mi papá no vive ya, pero me da una nostalgia muy padre ver el futbol porque hace que conecte con las cosas que hacía con él cuando era niña”, comparte, mientras él pone toda su atención.

Así inicia un breve viaje en el tiempo:

–          Hubo una Final buenísima del Necaxa, que en la ida tú hiciste un golazo desde fuera del área y en la vuelta perdieron contra Santos ¿no? – recuerda emocionada.

–          Sí, fue la Final de Invierno del ’96, íbamos por el Tricampeonato.

–          Pues en la vuelta, estábamos en un restaurante y yo quería ver el partido, lo pusieron en la tele y ¡fue tremendo! Primero triste por los dos goles del Santos, luego feliz con el de Peláez y el de Luis, pero perdimos y toda la mesa acabó riéndose de mí. Yo lloraba y lloraba y ellos en la burla.- confiesa entre risas.

–          Esa etapa del Necaxa fue muy padre, siempre te has de haber burlado de tu papá porque le ganamos tres veces al América en esa época. De la final contra Santos, fue por un gol de cabeza de Borguetti que hizo en fuera de lugar y nos ganaron 4-3.

–          ¡Sí! Fue muy injusto, lo recuerdo muy bien ¡por eso lloraba yo tanto!

En la confianza de la plática, Lucy confesó que su filia por el balompié era más que un pasatiempo de domingo. “Entonces apilaban los periódicos en la cochera y me escondía para sacar la sección de deportes y buscaba las notas del Necaxa, recortaba todas y desde entonces las guardo. Mi tristeza fue cuando te fuiste al América y ¡no sabía qué hacer en la vida! Entonces mi papá me dijo ‘¿ya le vas a ir al América?’ y le contesté ‘¡pues si!’- se ríe- me dijeron villamelón, que no le era fiel a un equipo…y luego si lloré con el Necaxa, ¡imagínate con la Selección!”.

Lucy recuerda que, pese a burlas y colecciones secretas, se juró que un día conocería a García Aspe y le compartiría la colección de recortes, revistas y fotografías con los momentos de su vida futbolística.

Beto la escucha y sonríe al recordar. Lucía también le comparte el trajín de las 36 horas que esperó por ser salvada y entonces pasa de admiradora, a admirada. Él queda asombrado. “Fue un momento muy fuerte para todos, pero en tu caso, más, por concentrarte en salir adelante y ser paciente”.

“¡Sí! Para mí controlar mi mente era fundamental, creo mucho en el poder de la mente y de las palabras, si yo decía ‘no voy a salir’, así sería, pero me di cuenta de algo: no tenía nada ¡ninguna herida! Pensé ‘¡estoy sana y voy a salir de aquí!’ y así fue: salí caminando. Fueron horas de renacimiento y ahora estoy aprendiendo las lecciones de todo”.

Ambos compartieron una tarde de sorpresas, de experiencias y del recuerdo de hazañas mutuas. El mejor regalo cumplir un sueño, dar una sorpresa, crear una nueva amistad y celebrar la vida.

El camino de una periodista, Mujer y Deporte

Ella, la misógina

¿Cuánto hiere la violencia contra las mujeres? Desde el acoso hasta los feminicidios, el dolor nos une para recriminar a quienes hieren, verdugos que invalidan. Son muy dolorosas esas versiones de abuso, pero antes estamos nosotras mismas, en una escala invisible de violencia de género sobre el propio género.

Esta observación es una toma de consciencia y admitirnos todas que existen estas conductas; ponerlo en la mesa es exponerlo para aprender nuevos modelos que corrijan todo aquello que no nos beneficia.

Es una desafortunada y normalizada forma de actuar entre muchas mujeres (no todas): el “pero” eterno ante algo bueno que descubren en otra mujer, lo que refleja la increíble capacidad de la mujer de ser misógina. ¡Sí!

Palabras como:

“Si es bonita, pero es muy tonta”.

“Tiene buen cuerpo, pero se viste muy mal”.

“Es buena en su trabajo, pero está amargada”.

«Seguro logró su aumento por otros ‘talentitos’ que nomás el jefe le conoce»

Son algunos hostiles y violentos ejemplos de las frases que una mujer puede decir de otra -sin que la implicada esté presente, por cierto- para crear la primera línea de violencia, la que emana de sus palabras.

¿Para qué sirven esos comentarios? Por difícil que sea de creer, ¡Sí sirven! Sirven para conocer la verdadera manera de ser de quien los expresa. Quien así habla, dice más de sí mismo, que los conceptos hacia quien juzga.

Otro ejemplo: si una mujer que padece misoginia tiene un puesto laboral de autoridad y a su cargo mujeres a quienes considera “mejores” que ella (más inteligentes, más eficientes o más bonitas), puede sentirse amenazada y afectar el trabajo de su propio equipo, por hacer quedar mal a esa que “la opaca”.

Aún hoy en día, que se habla abiertamente de sororidad y acompañamiento femenino, hay mujeres que ven a otra destacar y buscan argumentos para desacreditar sus esfuerzos y su desarrollo.

Hablo de desafortunados sucesos que yo misma viví en el pasado, de los que ahora soy consciente, por eso me he rodeado de mujeres admirables de las que quiero estar más cerca para aprender, crecer y compartir. Me alegra saber que cada día son más quienes se suman a esta forma de ser y hacer. Invitadas están todas las que deseen corregirse.

El Universo posee tanta belleza, que la derrama tanto en el brillo de todas sus estrellas, como en todas las flores de la Tierra; con más razón, en todas las mujeres hay hermosura, no hay nada que juzgar a la otra.

Ninguna es más ni menos. Lo que nos hace iguales es que todas somos peculiarmente únicas; en todas reposa algo extraordinario, en todas hay algo maravilloso por detonar, día a día. El éxito y la felicidad abundan para todas…y todos 🙂

Como en todos, habita también algún defecto y una vez que las mujeres nos quitamos la venda de la misoginia, somos capaces de hablar desde el corazón y la sororidad, con el amor de hacer crecer, de empoderar y no por propiciar que otra mujer se sienta víctima de nuestra lengua.

No dejamos que nos hieran, pero antes, dejemos de herirnos nosotras.

Deportes, El camino de una periodista

#HappyBoltDay

@Katilunga

En 2005, un chico espigado corría en la pista cuando algo interrumpió su paso: una lesión. Me dio tristeza. El más joven en la Final Mundial de 200m y candidato al podio, veía alejarse al resto de los velocistas…pero no se detuvo y cruzó la meta más de seis segundos después del ganador.

Lo vi llegar desilusionado y harto de vivir la misma historia que el año anterior en los Olímpicos de Atenas 2004; una lesión tras otra, en momentos cúspide de su carrera. Algo cambió en él y en 2007 ganó su primera medalla mundial: plata en 200m y al año siguiente, tres oros olímpicos en Beijing 2008*. Un buen amigo que estuvo en el palco principal, me contó cómo a Jacques Rogge -entonces presidente del Comité Olímpico Internacional- le molestó que ese chico bailara en su victoria.

“No se burla de nadie. Sólo es un niño….¡y es caribeño! Es alegría, no es soberbia”, le comentaron al dirigente.

En ese momento nació una nueva manera de ver a los deportistas: cada atleta adquirió una postura personal, ya no eran estoicas piezas en acciones biomecánicas, sino chicos divertidos, que bailaban, que se emocionaban y que sabían llorar, gritar, aplaudir, y jugar.

Volví a encontrar a aquel chico que corrió rengueando en Helsinki 2005. Era Berlín, era 2009, era un ser distinto al atleta molesto que se lesionaba. Ahora era el centro de atención y sabía cumplir: récord mundial de 100m y de 200m y sí: ¡Un baile para festejar!

Hubo un sinnúmero de estudios biomecánicos de su carrera de 100m, de los cuales aún tengo uno que descifra distintas cantidades: de zancadas, extensión de zancada, aceleración máxima. Un esfuerzo humano descrito en números. Yo me quedé con su logro mental: superar las barreras de las lesiones y romper dos récords del mundo.

El 21 de agosto de 2009, en el Estadio Olímpico de Berlín, durante la ceremonia de entrega de medallas, pasó lo inimaginable: 75 mil personas le cantaron ‘Happy Birthday!’ y era para él, que cumplía 23 años, para él que sólo en momentos como esos se volvía en un hombre profundamente conmovido, un hombre de sonrisas nerviosas, incluso introvertido.

Ese mismo año visitó la Ciudad de México y dio una charla en el llamado ‘Congreso Mundial del Deporte’ (del que no han finiquitado el pago por su asistencia, por cierto), sólo unas horas y fue suficiente para enloquecer a la gente.

Pero en 2011 lo vi enloquecer en Daegu, Corea. Si las lesiones fueron decepcionantes, esa vez fue un error lo que le impidió ganar: una salida en falso con la que él mismo provocó su descalificación en la Final de 100m; el Estadio se sumió en un profundo “¡¡¡¡Ooohhh!!!!” y ese grito, como una bomba atómica, destruyó la expectante espera por verlo dominar el hectómetro, con él en el epicentro.

Pero ese coraje contra sí mismo, contra sus errores y el aprendizaje de ellos, lo hizo tomar la responsabilidad de los siguientes retos y esa motivación desde una experiencia hnegativa le hizo ganar dos oros: 200m y 4x100m.

El aprendizaje, su felicidad, su certidumbre y su esfuerzo hicieron más radiante su brillo. En Londres 2012 sin lesiones, sin errores y sin miedos, rompió un record olímpico y ganó tres oros…otra vez. En Moscú 2013 recuperó lo que había perdido en los Mundiales anteriores y tenía sus tres coronas en 100m, 200m y 4x100m.

Su historia siguió como la que nadie nunca había escrito: de nuevo oros mundiales en 2015 en Beijing, China y ese mismo año regresó a la Ciudad de México para abrir una tienda oficial de la marca que le patrocina. Hasta jugó una cascarita de futbol, pero lo más curioso fue verlo sufrir al subir cuatro pisos en las escaleras del Centro Comercial Liverpool, cuyo elevador estaba bloqueado. Fue la última vez que lo encontré.

Después de volver a ganar tres oros olímpicos en Río de Janeiro, Brasil en 2016 anunció que su retiro sería en Londres 2017, en una nostálgica aceptación del fin.

Así avanzó la temporada del adiós, hasta que llegó el agosto de 2017.

El 5 de agosto, día en que se conmemoraban cinco años de que ganó aquel glorioso oro con récord de evento en los Juegos Olímpicos de 2012, Usain regresó a ese mismo tartán en Londres, Inglaterra, a la final de 100m de los Campeonatos Mundiales de Atletismo. Bolt no rompió el récord mundial, tampoco ganó oro: se quedó la presea de bronce, agradecido y melancólico por tantos años de brillo, mientras el nuevo monarca, el estadounidense Justin Gatlin se postró a los pies de la leyenda, que vivía el ocaso de sus días sobre la pista.

Usain se fue de los Mundiales de Atletismo, tal como llegó: con una lesión en los últimos metros, en el relevo 4x100m.

Parecía triste verlo acabar así, pero tirado en el tartán, llegaron todos los relevistas de Jamaica: Nesta Carter, Michael Frater y Yohan Blake, no solo para apoyarlo, en especial para acompañarlo y agradecerle por años y años de esfuerzo, alegrías, asombro, orgullo y en especial, de mucha valentía:

Usain siempre supo que lo acosarían los fantasmas de las lesiones, de los errores y del miedo; pero después de las dificultades de 2004, 2005 y 2011, eligió enfrentar cada competencia con lo máximo que pudo, sin dejar ni el 1 por ciento de su esfuerzo a la deriva, sin dudar por el momento en que volvería a tener un desgarre o un calambre, sin cuestionarse, sin victimizarse, sin pretextos, ni culpables; totalmente entregado a cumplir lo que él deseaba. Muy por encima de los miedos, se entregó sin límites a su deseo: convertirse en leyenda…Y LO ES.

Si me he de llevar un momento de ese chico revolucionario de las pistas, es aquella noche del 21 de agosto en Berlín ñ, Alemania, con miles de voces cantándole y festejando su vida.

https://youtu.be/8Abm9EZ3WZ4

  • En 2017 le retiraron el oro del relevo 4x100m por doping del velocista Nesta Carter.
El camino de una periodista

Chente: The Ugly

@Katilunga

 

A veces el periodismo se torna en matices surrealistas. La imaginación no alcanza a vislumbrar en qué, en dónde o cómo terminará una cobertura y aquí tengo un buen ejemplo:

 

Viernes 24 de febrero de 2017. Viajaba a San Miguel de Allende, Guanajuato, para cubrir un torneo de golf en el que estaría Lorena Ochoa. La competencia era con causa social y la inscripción de los jugadores se recaudó en apoyo a personas con problemas neurológicos. Lorena no jugaría, pero era la invitada especial.

 

Mi intención, claro, era entrevistar a Lorena, pero al llegar ¡alguien ya había ganado la exclusiva!: Lorena, como siempre serena y agradable, estaba sentada frente a la cámara y platicaba con su entrevistador: el ex presidente Vicente Fox.

 

Lorena me dijo que sí me daría la entrevista, pero antes haríamos un recorrido. Era una tarde soleada y calurosa. Subimos a los carritos de golf y fuimos a cada uno de los 18 hoyos: Lorena y Fox saludaron a los jugadores, agradecieron por ayudar a la causa, se tomaron fotos con los participantes y en algunos casos, Lorena presumió su swing. “¡Los caddies, que no nos falten los caddies!”, gritaba Vicente antes de las selfies.

 

“Ahorita van a probar unas gorditas que son una locura, están deliciosas”, decía Vicente, mientras yo, en uno de mis muchos monólogos, me decía: “¿En qué momento pensé estar en un carrito de estos, hablando de fritangas con un ex Presidente y una de las más grandes jugadoras de golf de la historia? ¿¡Cómo llegué aquí!??”. Si no era suficiente realismo mágico, llegamos a saludar al Cónsul de Japón en Guanajuato, quien también jugaba, lleno de tecnología, como un GPS portátil, sonriente, amable y solemne, como buen japonés.

 

Al terminar el recorrido, después de hablar con Lorena, el señor Fox Quesada accedió a una entrevista. Él ha tomado el estandarte anti Trump para dirigir una divertida, cínica y aguerrida campaña contra el nuevo presidente republicano de Estados Unidos. “¿Por qué ha elegido este camino?”, le dije.

 

“Porque tengo que salir en defensa de mis queridos paisanos en Estados Unidos, son mis héroes, los admiro y respeto, son mi ejemplo: yo nací y crecí con ellos en la comunidad de San Cristóbal; mis amigos están allá: recogiendo manzanas en Washington, recogiendo verduras en California, participando como enfermeras, en la industria de la construcción…Estados Unidos no puede vivir sin nuestra gente allá; ellos se colapsan en cuanto estos maravillosos mexicanos dejen de trabajar para aquella economía”.

 

Fox Quesada, de 74 años de edad, apoya al centro de rehabilitación CRISMA y con la ‘Copa de Golf Embajadores’ recauda fondos para apoyar la rehabilitación de 200 niños.

 

Alterno a esto, ha mandado continuos mensajes al gobierno de Donald Trump y a su propuesta de levantar un muro entre las fronteras de EUA y México; en el extranjero son tales las reacciones, que el Gobierno Canadiense pidió al Mexicano hablar con Fox para bajar la intensidad de su discurso, vertido en opiniones vitales; la más recientes es un stand up que grabó para el canal de youtube SuperDeluxe, con un mensaje directo y sarcástico hacia el mandatario estadounidense, porque Fox, como me dijo entonces, eligió un papel en esta película:

 

“Ahora si como la película maravillosa de ‘El Bueno, El Malo y El Feo’, alguien tiene que hacer el papel de El Bueno, eso lo está haciendo el Gobierno Mexicano, actuando con firmeza, poniendo las cosas en claro, haciéndoles ver que no pueden tener seguridad en su país, si no es con el apoyo de México; El Malo debía ser el Congreso Mexicano, porque hay diputados, senadores por favor ¡PÓNGANSE LAS PILAAAS! Hay que salirle al toro, hay que representar a México con dignidad, hay que hablar de nuestra soberanía, hay que darle calambres a este tipo, no se vale que nos sometan. México está esperando del Congreso Mexicano, enfrente esta situación con esa fortaleza que ellos deben representar.

 

“Finalmente queda El Feo, tu servidor. He elegido el papel de El Feo porque yo soy el que le tiene que decir sus verdades, el que tiene que decirle sus groserías, el que tiene que hacerle señas -dice mientras levanta la mano derecha y erige el dedo medio a la cámara-, el que tiene que derrotarlo y no dudo que lo estamos logrando. Yo creo que ya estamos amansando a esa fiera, a esa bestia, yo creo que México es mucho más grande que él y que el México, ahora unido, no hay quien nos detenga, porque contra Trump, hasta donde tope”, me dijo Chente, El feo.

 

Quizá por los siguientes cuatro años haga este papel, decidido con su irreverencia, su sarcasmo, sus botas y sus enchiladas; mientras tanto, mi mundo y mi oficio seguirán girando entre divertidos surrealismos.

 

 

 

Deportes, El camino de una periodista

El día en que cayó Bolt

@katilunga

Esto que les contaré de Usain Bolt no lo había visto nunca antes…y vaya que lo vi muchas veces, porque tuve la fortuna de presenciar los logros ‘rockstar del tartán’. En Berlín lo vi ganar oros con récords mundiales, celebrar con bailes sus triunfos, o conmoverse en un estadio con miles de voces que le cantaron ‘Happy Birthday’. En Londres lo vi silenciar a 80 mil asistentes a una competencia olímpica, antes del disparo de salida. En Corea fue como el epicentro de un hoyo negro, al hacer salida en falso, descalificarse en la final mundial de 100m y, en consecuencia, convertirse en una fiera enfurecida consigo mismo por irse derrotado sin siquiera competir; pero en la Ciudad fe México vivió tal vez una de sus peores tardes.

Por segunda vez en su vida Usain Bolt visitó México. La primera fue en 2009 para el Congreso Mundial del Deporte y seis años después, en 2015, la firma deportiva Puma, su eterno patrocinador, lo trajo de vuelta.

Cerca de 100 representantes de medios de comunicación estuvimos para verle. La cita fue en un centro comercial de Polanco. ‘El Rayo’, ‘La Leyenda’, el ganador de ocho oros olímpicos y 14 medallas mundiales en el atletismo, el recordista del orbe, estaba allí.

En 2015, durante su visita a CdMx, Usain ofreció una conferencia de prensa en un centro comercial.

Durante la conferencia, Usain batalló con cuatro micrófonos en la mesa. Justo al tomar uno, se apagaba. Nuevo intento: tocaba con la mano, sonaba, lo tomaba y se apagaba. Otro más: tocaba con la mano, sonaba, lo tomaba y se apagaba. Fue tan continuo, que Usain prefirió usar los micrófonos como si fueran unas pequeñas congas y pasó de una ligera desesperación, a la risa que causa el colmo del suceso. No era propiamente falla de audio: había tantos micrófonos inalámbricos de tantos medios, que la frecuencia se interrumpía y (según la explicación de mis amigos expertos) lo único necesario era abrir otra línea por la que no hubiera interferencia, pero eso no pasó y Usain seguía rumbeando con los micros.

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A Usain siempre le ha gustado mucho el futbol.

Después, Usain cascareó un ratito con el delantero (entonces americanista) Darío Benedetto y le seguían unas entrevistas exclusivas en el cuarto piso del centro comercial. Faltaba muy poco para terminar los compromisos por México.

Un fuerte cuerpo de seguridad guió a Usain al elevador de carga del lugar, que se bloqueó para uso exclusivo del rockstar del tartán…bueno para él, para sus amigos (que lo acompañaban desde Jamaica), para los guardaespaldas, para los de la producción, para los de Puma, y bueno así, el elevador iba tan lleno, que al final ¡no subía!

¡Así es! No subía el elevador que soportaba, lavadoras, refrigeradores y en teoría, a 15 personas, y entonces, empezó la ley de la depuración. “Bájense algunos, a ver si ya sube”, pidió un guardaespaldas. Pero no subía. Bajaron otras más y nada…

Hay instantes en la vida en los que el mejor lenguaje es el silencio y esos suelen ser los incómodos momentos en los que la mirada va hacia ti. Usain -de psicotipo velocista, que quiere resoluciones rápidas, que puede desesperarse por problemas simples- veía insistente al gordito de la producción que seguía esperando el milagroso ascenso del elevador, hasta que alguien le dijo: “¡Ya bájate! ¿¡Pos qué no estás viendo!?” Y con resignación, salió aquel recriminado personaje con sobrepeso.

Pero la dulce venganza demostró que su salida no cambiaría las cosas: el elevador de carga seguía sin subir y entonces, hubo un dictamen final: “Ni modo. Vamos a tener que subir todos por las escaleras”.

Así, a la antigüita, todos. ¡TODOS! ¡Hasta Usain! Y allí iba, por las escaleras comerciales ‘La Leyenda’, en sus primeros 20 escalones, fresco, atlético, fuerte, decidido; claro, era la mitad de la escalera para llegar al primer piso y siguió subiendo poco más, hasta llegar a la primera planta. Tras un breve descanso era hora avanzar a la segunda. Créanlo o no, esos inocentes escalones ya pesaban en las piernas más rápidas de la historia.

Usain subió más despacio. Subió y el sudor se veía en su frente. Llegó al segundo piso, hizo una pausa, miro hacia arriba y vio a esa maldita escalera de caracol burlarse de su suerte y sus ojos asombrados regresaron a mirar los escalones, para seguir subiendo en su lapidaria tortura.

Y entonces fue como si sus 11 oros mundiales y sus ocho oros olímpicos empezaran a pesar sobre sus piernas que con lentitud subían la eterna escalera arremolinada hasta aquel lejano cuarto piso.

Era lógico: este hombre es un experto de la velocidad pura, es el rey de la resistencia a la velocidad, no de la resistencia a la distancia larga y menos de la resistencia a subir escaleras de caracol de un centro comercial cuyo elevador de carga no sirve.

Pero si a eso le agregamos el factor aniquilante de estar en la Ciudad de México, en verdad que para él debió ser el viacrucis caribeño.

Usain vive en Kingston, Jamaica, a nivel del mar, donde hay más oxígeno que en la capital mexicana y no es porque haya menos contaminación, sino porque la Ciudad de México, en su altitud superior a los 2 mil 400 metros sobre el nivel del mar, tiene 30 por ciento menos oxígeno que en la playa. (Por ello en las pruebas anaeróbicas como 100m y 200m de atletismo o los saltos de los Olímpicos de México 68 se rompieron récords mundiales que duraron muchos años y por ello también pruebas como el maratón de esos Juegos parecían campos de guerra con corredores respirando desde tanques con oxígeno, tirados en las calles).

Así, Usain y todo el peso de su cuerpo, su gloria, su sudor y su cansancio llegaron, triunfantes al cuarto piso. Se sentó en un sillón a descansar y mientras recuperaba oxígeno, aprovechó para ver la etiqueta con el precio del sillón que sostenía su estirpe y se levantó de inmediato (tal vez pensó que era cotización en dólares). Siguió su camino y fue a las entrevistas.

“Nunca más subir escaleras, menos en la Ciudad de México, por favor”, dijo con el poco aliento que le quedaba,  tras conquistar el lejano cuarto piso de la tienda.

Deportes, El camino de una periodista

2014: Compromisos del periodismo con el deporte olímpico

Colaboración publicada en el libro ‘2014. El periodismo Deportivo en Año Mundialista’.

Descárgalo en:

http://codigocambridge.com/2014_El_Periodismo_Deportivo_en_Anio_Mundialista.pdf

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En el periodismo deportivo mexicano, el inicio de un ciclo olímpico es opaco. Aunque el país arranca el cuadrienio con su participación en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, cada cuatro años, las actuaciones de los atletas en el certamen no destellan con tanta intensidad, pues los reflectores se concentran en la participación de la selección de futbol, en las Copas del Mundo.

Para 2014, las cosas deben cambiar. Brasil organiza un Mundial de Futbol por primera vez desde 1950; mientras que México recibe -por cuarta ocasión en su historia- unos Juegos Centroamericanos y del Caribe, y por primera en una ciudad que no es la capital, pues serán en Veracruz. Este año además, se realizarán los Juegos Olímpicos de Invierno, los II Olímpicos Juveniles, los Mundiales de más de 15 disciplinas olímpicas, e incluso la Olimpiada Nacional.

Ningún evento debería pasar inadvertido y el brindarles espacios en los medios de comunicación es una obligación. ¿Por qué? Tras vivir el ciclo olímpico más exitoso de su historia y tener el año pasado a 13 mexicanos en el podio de cinco Campeonatos Mundiales (atletismo, ciclismo, clavados, gimnasia, halterofilia y taekwondo), el deporte mismo solicita compromisos profesionales del periodismo.

Proporcionar más espacios mediáticos es el primer paso, pero ¿de qué sirve asignarlos al deporte amateur, si no se cuenta con información de calidad?

El año posterior a unos Olímpicos, en esta caso 2013, es llamado el ‘año muerto’ del ciclo olímpico porque es la temporada de transición hacia el próximo cuadrienio. Así como los atletas se preparan hacia el siguiente periodo, lo debe de hacer también el periodismo de la fuente.

El periodismo es más oficio que profesión. No todo el conocimiento se adquiere en los cuatro años de estudiar la carrera. Es necesario leer, estudiar, investigar, informarse de temas distintos al deporte, para vincular y mejorar la calidad de de los contenidos. Salir de lo informativo, hacia lo analítico, crítico o sensibilizador.

No se puede ser experto en las 28 disciplinas que se contienden en Juegos Olímpicos, pero especializarse en uno o tres deportes y conocer de otros fortalece la labor. Comprender a fondo cada modalidad, su historia, sus potencias mundiales, sus reglas, los tecnicismos, la metodología o hasta el biotipo para practicarlos, nos proporciona herramientas de comprensión para hacer de los espacios mediáticos, zonas sustanciales.

Un mayor contexto permite información de calidad; la posibilidad de obtener datos exclusivos, entrevistas especiales que le dan un sabor único a nuestro trabajo. Tener en cada medio esa competitividad impulsará mejor información; por ejemplo; habrá casi mil competidores mexicanos en los Centroamericanos Veracruz 2014 ¿la mitad de ellos no tendrán una historia buena qué contar?

De eso se trata el periodismo: escribir historias y analizar. Hay que superar la inmediatez. El resultado burdo circulará en redes sociales; pero ¿qué pasó para alcanzar esa meta? Posicionar a un medio en una cobertura no se trata de ‘postear’ fotos del evento en Facebook, Twitter o Pinterest; un enviado mostrará su presencia en contar detalles en torno al logro o la derrota.

No es sólo proveer entretenimiento. Es hacer que en los espacios mediáticos la sociedad encuentre empatía; que esta información motive a explotar lo mejor de los individuos.

Pocos recuerdan los números de los récords mundiales, pero nadie olvida quién los logra o bajo qué circunstancias. A veces la historia no se esconde detrás de una medalla; sólo hay que mantener viva la capacidad de asombro y explotar más géneros periodísticos que la básica nota dura –que por cierto, ya es posible desarrollar en 140 caracteres-; hacer crónicas, contracrónicas, entrevistas, reportajes.

Contar vivencias, prepararse para cubrir y analizar los resultados de los eventos, hará la diferencia en el periodismo actual y a través de éste, la percepción social sobre el deporte.

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El camino de una periodista

El impredecible 7 agosto

A los reporteros ni una gitana podría leernos el futuro. Jamás sabes lo que encontrarás al abrir los ojos por la conquista de un nuevo día. Uno de esos días fue éste: 7 de agosto de 2012, cuando en menos de cuatro horas vi más de lo que podría imaginar.

Estar allí era un sueño cumplido por el que trabajé diez años sin descanso. Desde 2002 se inyectó en mi el espíritu olímpico y llegar a unos Juegos se volvió mi meta; un camino complejo en el que para los periodistas no existe propiamente un proceso de clasificación, sino de designación. Así que al pasar una década entre pistas, tatamis, dianas, arcos, gimnasios, libros, cifras, datos y detrás de la computadora, sentir el respiro del ambiente olímpico británico, pese a dejar al otro lado del mundo a mi bebé, era una especie de ‘medalla de oro’ para mi.

Pero específicamente, en esa fecha del 7 de agosto del 2012, el atletismo estaba en sus días iniciales en Londres 2012. Me instalé en el Estadio Olímpico, lista para ver al corredor David Rudisha en los 800m. Rudisha me caía bien. Su papá ganó plata en el relevo 4x400m de México ’68 y aunque no nos conocíamos ya me parecía que su historia se entrelazaba de alguna forma con mi país. Así que me senté en la grada para prensa junto a un desconocido y pronto descubrí que era un sabio: un austriaco de 81 años que gozó esa competencia a tal grado que me hizo llorar de emoción. Tan pronto el keniano cruzó la meta con el oro, este hombre europeo empezó a escribir aceleradamente para compartirme muchos datos que me hicieran valorar ese récord mundial que jamás olvido: 1:40.91 minutos. Así veía la vida aquel señor y pues sí, de alguna forma no sabríamos en qué momento dejaría de atestiguar, valorar y compartir cada instante. Esa fue su lección más grande, más allá de los textos que aún conservo; más allá de la diferencia en nuestros idiomas o culturas, para él la prioridad era compartir la luz de sus emociones y, de forma implícita, su sabiduría conmigo. Aún tengo sus líneas, como el recuerdo de un aprendizaje más grande incluso que el imperioso atletismo.

Pero, en mi deber laboral, salí aceleradamente de allí. Debía ir a cubrir las competencias en el Complejo Acuático. Me instalé en la tribuna de prensa, lista para ver las pruebas de clavados. No había tantos reporteros de México. La mayoría estaban en el ExCeL Complex, donde el sonorense Óscar Valdez peleaba los 4os de final contra Irlanda. De ganar, rompería una sequía de 12 años sin ver a un mexicano en un podio olímpico de boxeo. En su segunda incursión olímpica, el querido Valdez Fierro se despedía del pugilismo amateur con una derrota, mientras yo, seguía en los saltos ornamentales.

Todo parecía una historia conocida: Laura Sánchez en el trampolín 3m individual. Fue 6ª en Beijing 2008 y en el primer salto de Londres 2012 estaba 5ª; en la segunda ronda 6ª. Para mí ya era loable que estuviera en finales con una lesión severa en el hombro y en medio de diversas adversidades administrativas. Empecé a escribir la nota ‘Culmina Sánchez en 6º sitio’. ¡Oh error! Laura remontó. No me quiero poner técnica, pero Laura rozaba zona de medallas. Estaba en una dura lucha con la italiana Tania Cagnotto y al final la superó ¡por 20 centésimas! (362.40 puntos de Laura, por 362.20 de Tania) HISTÓRICO: Laura es hoy por hoy la primera y única mujer mexicana que gana una medalla olímpica en una prueba individual de clavados. ¿¡Qué más esperaban mis ojos!? Un récord mundial de atletismo, una medalla olímpica histórica para México…¡y faltaba mucho!

Entrevisté a Laura y salí de la sala de prensa del Complejo Acuático prácticamente jalada por Carlos Legaspi, quien me tomó por el codo y me apresuraba para regresar al Estadio Olímpico de Atletismo. Legaspi fue mi lazarillo en ese andar de casi 2.5 kilómetros y se lo agradezco, pues mientras avanzaba, escribía las letras finales de la nota sobre Laura.

Llegamos al Estadio y es literal que ya no cabía ni un testigo más; increíble porque había 80 mil asientos, pero solo cupimos de pie y en un rincón. Lamenté mucho no poder sentarme junto al sabio austriaco, pero menos de 15 minutos después, allí estaba un mundo silente y expectante: presenciando a ocho hombres hincados que esperaban el disparo de salida y a su sonido, respondió un estruendo único y electrizante. El mundo vio entonces al primer hombre en la historia que retenía un oro olímpico de 100m…con nuevo récord olímpico. Sí: Usain Bolt, con crono de 9.63 segundos, tiempo suficiente para que la multitud se rindiera ante el ‘rockstar del tartán’.

Lo que más recuerdo de aquella final es el dedo índice de la mano derecha de Usain. Aún le faltaban dos pasos para cruzar la meta y ya había puesto ese dedo sobre su boca, una señal universal de «silencio»; una especie de «¡a callar!», pues durante un año cargó la pesada loza de la «rumorología». En 2011, durante los Campeonatos Mundiales de Atletismo de Daegu, Corea, en la final de los 100m pasó lo impensable: Usain se descalificó por una salida en falso, por estar pendiente de los movimientos de su compatriota Yohan Blake (que al final ganó el oro mundial del hectómetro en Daegu 2011). Fue un error, un trauma, un fantasma que lo persiguió hasta Londres 2012, con un»¿y si pasa de nuevo?» «¿Y si Blake le gana?». Así que esa noche de verano británico, sus zancadas sacudieron esas y más dudas y el ademán tenía que reforzar su monarquía.

Pero ¿y mi historia? ¿Allí acabaría la aventura? ¡Pues no! ¡FALTABA LA CONFERENCIA DE PRENSA CON BOLT! Bajábamos apresurados cuando Legaspi me dijo: “Voltea discreta y mira quién viene detrás de nosotros».

Obviamente que no fui discreta, obviamente que miré hacia atrás y al verlo pensé «¡NO-PUEDE-SER!» A dos escalones de mí estaba caminando ¡SIR PAUL MCCARTNEY! Tal vez fue en ese instante cuando debió de darme un infarto ¡pero no! Sólo pude verlo, tratar de tomarle fotos y (estúpidamente) decirle “¡Hola!” (sí en español) y me contestó igual “¡Hola!”.

Pude infartarme allí de no ser porque el guardaespaldas que nos separaba empezó a empujarme y a gritar “¡Camina! ¡Camina!” y pues sí, se me fue el espasmo y desperté para TRATAR de andar, y de asimilar la serie de anormalidades que en tan pocas horas viví, para rematar con: la conferencia de prensa de Usain, siempre ocurrente, bromista, creativo y paciente.

A las 11:40 de la noche me di cuenta de que no había comido desde el desayuno, que hacía frío y que la noche sería bastante complicada (en especial considerando que, por una carambola de azares, en aquellos días me tocó dormir en el banquito de uno de los pianos verticales que están en la estación de trenes de St. Pancras), pero ¿qué más daba? Si lo que viví esa noche no salía ni planificando.

Un día singular, lleno de personas mágicas, que hicieron algo aquel día que me asombró, me conmovió, me alegró y me llenó el alma. Pasan los años y recuerdo con el mismo brillo cada instante de ese séptimo día de agosto, en un verano olímpico intenso, alocado e inédito.

El camino de una periodista

‘Detrás del periodismo’ en Corea

Ser reportera es vivir -como bien dijo Gabriel García Márquez- «el mejor oficio del mundo». Uno tiene licencia para preguntar de todo, indagar y salir a comunicar lo que uno descubre. Un día estás en un evento cerca del Presidente del país, o en una conferencia con el hombre más rico del mundo y al siguiente junto a los escombros de un edificio que cayó por un sismo; continuamente estás retando tu capacidad de reacción. Pero el ‘detrás de cámaras’ no es siempre tan glamoroso: a veces estás sin comer ni dormir, haciendo guardia, sin luz, sin señal de internet para enviar o en zonas y situaciones donde corres peligro.

Algo así viví hace muchos años y a muchos kilómetros de Mexico, en Corea del Sur, un país en continua tensión por los constantes acosos bélicos de su vecino del norte. Eso era suficiente agobio, pero por fortuna, la coexistencia con más de 5 mil personas en el Campeonato Mundial de Atletismo me tenía, felizmente, en mi primer visita por Asia.

Pero, recuerdo bien cuando empezó mi caos: era el viernes 2 de septiembre de 2011 y yo desfallecía de dolor. Estaba enferma. No entendía de qué, pero debía actuar rápido.

El Mundial ya estaba por culminar (de hecho Usain Bolt ya había sido descalificado por salida en falso en la final de los 100m) y antes de iniciar la jornada vespertina, acudí a servicio médico. Me atendieron dos chicos, doctores generales coreanos, que si sabían medicina, pero apenas sabían inglés. Un italiano muy amable se ofreció a traducir mis pesares, aunque no hablaba ni español, ni inglés, ni coreano y en ese ‘teléfono descompuesto’, el médico concluyó que yo tenía ¿hemorroides? y ante el errático diagnóstico, salí del consultorio a pensar en un Plan B.

Ya era de noche y con mi melancólico paso errante, fui al front desk del Media Center. Unas lindas y jóvenes voluntarias coreanas de traje sastre, con falda azul marino, blazer rojo y un coqueto sombrerito de paja, portaban un botón con el idioma al que traducían. «¡Ya me vi!», pensé entonces. (Déjenme poner contexto: por esas fechas aún no existía el servicio de mensajería de facebook y WhatsApp tenía dos años de existencia, aún no estaba tan extendido en el mundo).

Ninguna voluntaria hablaba español ni inglés, pero una traductora de francés, muy encarecida -quizá por mi rostro premortuorio- me ayudó. «Me siento muy mal. ¿Puedes por favor llama a la Villa de Atletas a alguien de México?», le dije. Así encontraría un doctor que me entendería y tendría mi remedio. ¡Simple! La voluntaria me pidió esperar.

Y mientras esperaba una llamada celestial, me senté en un cómodo sillón del lobby de la sala de prensa, a pensar cómo sería el proceso de repatriación de mi cuerpo desde Corea a México «ojalá no me vayan a poner maletas encima», pensaba «debí traer alguna prenda de vestir». Me quedé dormida.

La linda chica tenía en la línea a alguien para mí. «No es de México, pero habla español», me dijo. Bueno, ya íbamos de gane.

Me pasó el auricular y hablé, hablé y hablé tanto como si fuera un confesionario. «Espero que nadie alrededor de esta recepción entienda español ni se enteren de mis dolencias», pensaba a la par de mi voz, que mientras tanto alegaba los achaques de mi cuerpo.

Después de casi diez minutos de tanto hablar, la voz al otro lado del teléfono me dijo «Ok. A ver mira, no soy doctor…pero conozco a doctores de España; ahora mismo les llamo, espera allí y cuando tenga respuesta, te marco», dijo aquella voz de hombre joven.

Después supe que la voz pertenecía a un atleta y no cualquiera: el venezolano Eduar Villanueva, quien estuvo a 19 centésimas de segundo de ganarle al mexicano Juan Luis Barrios, en los 1,500m de los Juegos Centrocaribeños de Mayagüez 2010 y se quedó la plata.

Un año antes era rival y hoy, sin haberle visto a la cara, ni él a mí, se esforzaba por salvarme la vida.

De nuevo al sillón de los sueños ¿por qué no? Me quedé pasmada pensando en él. Dos días antes, Eduar rompió su récord nacional en 1,500m (3:36.96 minutos), me apoyaba a las 9 de la noche y en casi 24 horas sería el único latino corriendo la Final de las 3.5 vueltas, en el Mundial coreano. Un ángel sin alas, pero con hermosa actitud…y pies que vuelan.

Tan solo unos minutos tardó su llamada de vuelta. Me dictó un número telefónico y un nombre, además me externaba toda su angustia y solidaridad por mi situación. ¿Yo qué tenía? Sólo mi achacoso agradecimiento. «No me digas nada, somos latinoamericanos y no importa en qué lugar del mundo estemos, siempre vamos a ayudarnos». Eso era cierto.

Después de colgar, seguí sus instrucciones y con mi ágil rengueo, caminé casi kilómetro y medio desde el estadio, hasta la pista de calentamiento. Allí estaría el doctor con el que Eduar habló. Allá estaría mi remedio y mi salvación.

En el estadio de calentamiento había varias carpas blancas y en una colgaba la bandera de España. Salió de allí un hombre alto, fuerte, rondaba los 40….una especie de ‘David Hasselhoff’ ibérico…y yo muriendo de dolor pero también de vergüenza por tener que contarle mis achaques.

De nuevo hice aquel prolongado, detallado y penoso ritual de la confesión. El doctor me escuchó atenta y pacientemente, cuando termine de hablar me dijo: «Ya sé qué tienes, pero ahora no traigo el medicamento que necesitas conmigo, además no te lo van a vender aquí sin receta y yo no escribo en coreano». Yo escuchaba y asentía al tiempo que en mi mente retumbaba solo una pregunta: «¿¡por qué me persigue la desgracia!?».

El doctor me ofreció una solución: mandarme el remedio a la mañana siguiente, al evento que me tocara cubrir.

No podía esperar. Literal. Mi cuerpo, mis achaques y mi profunda y característica desesperación eran réplica intangible de la Arena Coliseo en martes de luchas… hasta que llegó la mañana. Yo estaría en la competencia de 50km marcha, en la calle central de Daegu y el ‘Dr. Hasselhoff’ acordó con otro doctor español mandarme el medicamento.

Caminé desde el hotel al circuito de competencia, con la meta de buscar el puesto de hidratación de España. No había llegado ni a la mitad de la ruta cuando escuché un efusivo «¡¡Katilungaaaa!!».

¡No es posible! Al otro lado del mundo, en una calle coreana, alguien grita mi nickname. ¿Empiezo a delirar? ¿Son las voces del cielo que vienen por mi? Cosa de risa.

Encuentro entre el tumulto unos conocidos rasgos catalanes: era Mikel, un fisiatra al que conocí en la Copa del Mundo de Marcha en 2010.

«Oye nos han contao de una chica de tu país que está enferma, que no puede parar de orinar y hay que entregarle una medicina. ¿la conoces?», me dijo Mikel. Yo solo alcancé a decirle: «Sí, soy yo», con una fresca naturalidad, como si fuera yo modesta y me hablaran de un premio. «Sí, soy yo». ¡Pero que idiota!

Al lado de Mikel, el Doctor Andreu me entrega mis medicinas y un montón de consejos «procura tomar jugo de arándano y mucha agua», me dijo en verdad preocupado por mi.

Desde la primera toma, llegó el alivio y el agradecimiento a todos los ángeles: a la coreana francoparlante, al querido Eduar, al ‘Dr. Hasselhoff’, a Mikel y al Dr. Andreu. Mi ser entero fue sano y feliz.

Esa noche, ya muy recuperada, esperé a que Eduar terminara su carrera: 3:37.31 minutos en 1,500m y un exitoso 8º sitio en la final. Fui a la zona mixta y al terminar sus entrevistas lo intercepté, me presenté, le agradecí, le regalé una playera negra con un jaguar huichol impreso. Hasta ese momento conocí su rostro en persona.

Dos meses después fue a Guadalajara para competir en los Juegos Panamericanos. No pude verlo, pues estaba en el estadio como voz del evento y narré su carrera, donde ganó la presea de bronce.

Medio año después, fui a Barquisimeto, el pueblo natal del venezolano Villanueva, quien sin duda, sería la figura destacada del Campeonato Iberoamericano de Atletismo. Mi vuelo salió el día de su prueba y tampoco lo vi.

Digamos que Eduar fue un ángel, con una aparición repentina en mi vida, pero con actos coyunturales para que regresara a mi casa a contar sobre esos seres bondadosos de actitud angelical en cada paso… Un buen día, uno también puede ser el ángel de otra historia.

P. D. Respecto a mí: en Corea del Sur tuve una infección en vías urinarias, algo que nunca había padecido antes y gracias a Dios tampoco después. Dos años después, en el Mundial de Moscú, Rusia, me encontré de nuevo al ‘Dr. Hasselhoff’ y profundamente le agradecí por haberme ayudado en el momento mas difícil de salud que había vivido fuera de mi país.