“Seguro son festejos de algún tirador de México que algo anda festejando”. Esa fue la conclusión a la que llegó Pedro Aroche al escuchar disparos en el edificio vecino. Era la madrugada del 5 de septiembre y nadie imaginó que esa jornada amanecería con la herida más profunda en la historia del deporte olímpico.
Salió el Sol y con su luz se reveló la realidad. Pedro despertó y supo entonces que a unos metros de su habitación, se perpetró el primer atentado terrorista en terrenos deportivos: en la Villa Olímpica de los Juegos de Munich 1972, el grupo Septiembre Negro secuestró a atletas de la Delegación de Israel, en busca de que se cumplieran sus demandas.

“Yo la verdad pensé que era algún mexicano que andaba alegre y por eso había hecho eso, porque hay deportes como el pentatlón o el tiro deportivo donde usan armas y entonces si eran de fuego ¡pero nada que ver! Luego vimos que no era nada de eso, sino el ataque de los fedayines”, recordó el ex marchista Aroche, hoy entrenador de caminata.

Los Juegos de Munich 1972 fueron su debut olímpico. “Tenía poco tiempo de trabajar con el profesor Jerzy Hausleber, yo nunca había ido a Europa y menos a un país tan fregón como Alemania, pero sí sabía que el conflicto de israelitas y palestinos tiene mucho tiempo, siempre han sido enemigos, pero lo que todavía no sé es cómo se colaron a la Villa Olímpica”, confesó.
La Guerra Fría estaba en su apogeo y esta secuela de la II Guerra Mundial mantenía dividida a Alemania. Munich, capital de Baviera, al sur de la Alemania Occidental, recibió los Juegos en una era en la que no se pensaba, ingenuamente, que el deporte pudiera ser el blanco de movimientos políticos o sociales.
Pero ambas Alemania (Occidental y Oriental) coincidían en dos cosas: borrar de la memoria mundial el racismo que lastimo a la comunidad judía, hasta mediados del Siglo XX y resarcir la imagen que imperó en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, cuando Adolfo Hitler fue anfitrión de la justa y pretendía evidenciar sus creencias de una presunta “supremacía aria”, sobre el resto de las razas (mensaje que no salió tan bien considerando al legendario atleta afrodescendiente Jesse Owens que ganó tres oros olímpicos en esos Juegos).
Así, el Comité Organizador de Munich 1972 se esmeró en mostrarse más amigable y empático…hasta redujo los controles de seguridad, para no “militarizar” los Juegos y ese hueco en la estrategia fue la puerta por la que entró el terrorismo al mundo olímpico.

El grupo Septiembre Negro conoció cada rincón de la Villa Olímpica, con apoyo de movimientos neonazis y, la noche del 4 de septiembre de 1972, vestidos con ropa deportiva, cruzaron la barda hacia la Villa (algo que frecuentemente hacían los atletas por las noches para evitar los regaños de los pocos guardias). Cuando competidores estadounidenses los vieron saltar, les ayudaron a pasar, sin conocer sus intenciones.
El grupo llegó a las habitaciones de los deportistas de Israel. El entrenador Moshé Weinber escuchó que abrían la puerta de su cuarto, al levantarse inició el forcejeo y antes de ser asesinado, alertó a los deportistas; nueve escaparon, entre ellos, un conocido del marchista Aroche: Shaun Ladany de 36 años de edad, un atleta que le tenía especial cariño a México porque en nuestro país vivió su debut olímpico.
“Se la pasaba mucho con nosotros. Le gustaba juntarse con los mexicanos. Era un marchista ya grande para esa época. Nos contó que cuando era niño le tocó estar en un campo de concentración, perdió a mucha de su familia, pero sus papás y él sí sobrevivieron. El día antes de que todo eso pasara, acababa de competir en los 50km de marcha (culminó en el sitio 19). Ya estaba dormido y se alcanzó a escapar de su cuarto porque se aventó desde el segundo piso, cayó en un jardincito, unos arbustos y cosas así…total que él fue corriendo a avisar a los guardias”, recordó Aroche de los Monteros.

Ladany corrió por auxilio a los guardias que no estaban preparaos para lo que después supieron nombrar: un ataque terorista.
El grupo secuestró a los hebreos para demandar la liberación de 234 prisioneros palestinos en cárceles israelíes, además pedían liberar a dos integrantes del Ejército Rojo, apresados en Alemania. La toma se consumó a las 6:00 horas y aunque Alemania accedió a la petición que les correspondía, a las 11:15 el Gobierno de Israel dijo que no negociaría con ellos, lo que dejó en entera responsabilidad al gobierno alemán (que mundialmente todavía era sojuzgado por el Holocausto provocado por Hitler contra la comunidad judía en Europa).
Hasta las 15:30 horas el Comité Olímpico Internacional suspendió la justa y a las 18:00 horas, el grupo terrorista pidió un avión para volar a El Cairo, Egipto y allí presionar la negociación.
Las autoridades alemanas hicieron creer que cumplirían las demandas, pero en el aeropuerto instalaron un contraataque para eliminar a los terroristas.
Accedieron a llevarlos en helicópteros al aeropuerto, pero en un operativo mal logrado, con cinco francotiradores instalados en el aeropuerto iniciaron los disparos en los que fallecieron todos: terroristas, policías germanos y atletas rehenes: los luchadores Eleizer Halfin y Mark Slavin; los pesistas Ze’ev Friedman, David Berger y Yosef Romano; los jueces Yakov Springer y Yosef Gutfreund, con los entrenadores Kehat Shorr, Andre Spitzer y el técnico de Ladany: Amitzur Shapira.
“Había poca comunicación en ese tiempo. Ni mi familia ni nadie en México se enteró de inmediato de la situación, nosotros mismos que éramos vecinos del equipo de Israel descubrimos qué estaba pasando ya en la tarde y al siguiente día fuimos al estadio olímpico a dejar flores y guardar un minuto de silencio en nombre de la delegación israelita”, agregó el hoy técnico de las pruebas atléticas de ruta.
Ese fue el primer capítulo en que el olimpismo se manchó de sangre, en medio de una dolorosa lección de desconfianza y hostilidad, en el epicentro de un movimiento olímpico promotor de la hermandad.
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