Fue una adelantada a su tiempo. Una innovadora, precursora y pionera de muchos sucesos inéditos. Sus contextos la llevaron entender que el deporte no era un pasatiempo ni un lujo, sino un recurso tan esencial como el agua. Pilar Roldán ya era esposa y madre de dos pequeños cuando se convirtió en la primera mujer de México que subió a un podio olímpico, en una época que juzgaba a las mujeres deportistas, en un deporte sin tradición nacional, en un entorno administrativo que dudaba de sus capacidades…pero todo ello en vez de impedimento se volvió una vitamina que nutrió cada uno de sus días de esfuerzo.
Aun no nacía Pilar y ya estaba destinada la deporte. Su padre, Ángel ‘El Güero’ Roldán, fue uno de los mejores tenistas de México y su madre, María ‘La Chata’ Tapia, fue medallista en los Juegos Centrocaribeños de San Salvador 1935. A los seis años tomó su primer raqueta, luego leyó ‘Los Tres Mosqueteros’ de Alejandro Dumas y jugaba a duelos imaginaria con la nada, pero la diversión se tornó en deseo y pidió a sus padres que le permitieran incursionar en la esgrima. El entrenador italiano Eduardo Alajmo le enseñó los fundamentos de tirar con florete y Pilar contagió su pasión a sus padres y su hermana menor Lourdes.
Comenzaba en este deporte de combate, cuando cerca de cumplir 15 años vio a su mamá ganar dos medallas de plata en el tenis de los Juegos Centrocaribeños de 1954. Esa era la naturaleza de la familia, para Pilar lo normal era ser una mujer de crecimiento integral: madre, deportista, competitiva y exitosa. Meses después ella misma representó por vez primera a México en los Juegos Panamericanos de 1955, que se inauguraron en la recién construida Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México y donde su mamá contendió como tenista, pero su padre y ella lo hicieron como esgrimistas. Es la primera y única vez que padres e hija representa a México en un evento de ciclo olímpico.
Su padre fue un guía innovador que iluminó su crecimiento deportivo. Sus consejos, su apoyo, su conciencia de entender que ni el esfuerzo ni la victoria tienen género, centraron las bases de su vida.
En la justa continental Pilar llegó invicta y venció a la finalista olímpica de Helsinki 1952 Maxime Mitchell de Estados Unidos, pero después vivió su primera derrota ante la venezolana Ingrid Sanders. Finalizó 4ª. Nada mal para el debut de una quinceañera.
Un año después, Pilar clasificó a los Olímpicos de Melbourne, Australia, los primeros donde se usó el toque electrónico. Roldán Tapia llegó a semifinales tras cuarto victorias y se ubicó en 10º puesto, pero lo que más saboreó fue ganarle un asalto a la experimentada británica Lillian Scheen que al final del torneo se llevó el oro de los Juegos.
Pilar continuó su vida entre floretes, caretas, guardias y audaces ataques y tras una serie de competencias en el extranjero (que costeó su padre por varias temporadas), Pilar construyó un prestigio en Europa y Estados Unidos y conquistó el oro en los Juegos Panamericanos de Chicago en 1959. Al año siguiente, en los Olímpicos de Roma 1960 dirigió a la Delegación Mexicana como abanderada del equipo y finalizó 8ª en el torneo.
Al regresar de Italia se casó con Edgar Giffenig. En 1961 se convirtió en mamá y de nueva cuenta se encontró con un apoyo sin precedentes para la época: para entrenar en las mañanas, su esposo cuidaba a su hijo, un solidario gesto que rindió frutos, pues Pilar ganó plata individual y con su hermana Lourdes ganó plata en la prueba por equipos de los Juegos Centrocaribeños de Kingston, Jamaica en 1962.
En 1963 nació su hija Ingrid. Pilar mantenía vivo el sueño olímpico con el apoyo familiar y el esfuerzo diario. Alternaba su vida como mamá y esgrimista, enfocada en tocar el podio olímpico en Tokio 1964, pero se encontró con una incongruencia: a unos días de partir le informaron que no fue inscrita. Busco al entonces presidente del Comité Olímpico Mexicano, José de Jesus Clark Flores, quien le dijo, según recuerda Pilar, que “no tenía calidad para ir”…aunque ya era una de las más prestigiosas floretistas del circuito internacional.
En vez de derrumbarse, aquella frase detonó sus más profundos deseos de poner al descubierto su inquebrantable valía.
Pilar se preparó por más de mil 400 días y en medio de esa mejora continua, recuperó el cetro del florete femenil en los Juegos Panamericanos de Winnipeg 67.
Al año siguiente, México recibió los Juegos Olímpicos de 1968. Pilar fue nominada para ser la última relevista del Fuego Olímpico en la Ceremonia de Inauguración, sería la primera mujer del mundo que encendería el pebetero olímpico, pero declinó el honor para dedicarse íntegramente a su competencia, que iniciaría cinco días después de arrancar la justa. Era el 19 de noviembre. Pilar tenía 29 años y dos hijos de 5 y 2 años cuando llegó a la Sala de Armas ‘Fernando Montes de Oca’ con 37 competidoras más.

Entrenada por el polaco Jerzy Buczak, Roldán fue sembrada en el Pool 5. Debía enfrentar a seis floretistas y las cuatro que obtuvieran los mejores resultados clasificarían a la siguiente fase. La mexicana ganó cinco de seis partidos (dio 22 toques y recibió 16) para clasificar a la siguiente fase en segundo sitio, detrás de la rumana, medallista mundial, Ecaterina Stahl-Iencic. Esa misma tarde, en la segunda ronda, Pilar terminó 2ª de su grupo con 3-2 y pasó a la gran final.
Pero para David Romero Vargas, entonces presidente de la Federación Mexicana de Esgrima, aquello no era indicativo de nada. “¿Una medalla? No. ¡Imposible! No hay que hacerse ilusiones”, dijo, tras ver a Pilar hacer historia. Ella encontró en esas frases una nueva ‘vitamina’.
La mañana del domingo 20 de octubre, era crucial. A la primera derrota, quedaba fuera del torneo. En el primer combate venció por 2-0 a la húngara, Campeona Olímpica por equipos, Lídia Dömölky, en la segunda a la italiana, medallista mundial, Giovanna Masciotta y logró algo tan inédito como anhelado: ¡estaba en la final!
En el Pool Final Pilar enfrentaría a: la Bicampeona Olímpica defensora Ildiko Rejto de Hungría, a la francesa, medallista mundial, Brigitte Gapais, la sueca Kerstin Palm y las soviéticas Campeonas Mundiales por equipos Yelenda Novikova y Galina Gorokhova.
Por la tarde, el primer duelo sería ante la soviética Novikova. Pilar esperaba en la pista al inicio del duelo, pero Yelena no llegaba. Al parecer el tráfico desde la Villa Olímpica hacia la ciudad Deportiva ‘Magdalena Mixhuca’ mermaban el camino de Novikova. Mientras tanto, en pista, los jueces le anunciaron a Pilar que, por regla, le darían el triunfo por default, pero la mexicana se negó. Pidió a los jueces esperar a su rival, pues un triunfo sin esfuerzo no sería digno ni loable. Novikova llegó tarde y en un aguerrido duelo, superó a Roldán…pero el gesto de la mexicana tuvo sus recompensas décadas después.
En los Olímpicos mexicanos Novikova cerró la contienda final con cuatro victorias y una sola derrota y Pilar con 3-2, empatada con la húngara Rejtó, el criterio de desempate fueron: Toques dados/Toques recibidos: la mexicana hizo 17/14 y la húngara 14/16.
Contra los pronósticos ajenos, contra un falso criterio de ‘falta de calidad’ y de ‘no hacerse ilusiones’, pero acompañada por el apoyo y la filosofía de esfuerzo de sus padres, su esposo y sus hijos, después de 14 años inmersa entre pistas y floretes olímpicos, Pilar Roldán, la esposa y madre de 29 años de edad, se convirtió en Subcampeona Olímpica en su propia casa, la primera mujer de México con una medalla olímpica sobre su pecho.
Pilar nunca dejó la esgrima, aunque fuera de manera recreativa. Nació su hija Sandra y dedicó su vida a apoyar el desarrollo de sus tres pequeños, pero una vez que fueron grandes regresó de lleno a la pista y con ese deseo, de nueva cuenta se volvió pionera: En 1984 Pilar fue la primera mujer del país que dirigió un organismo deportivo, al ser presidenta de la Federación Mexicana de Esgrima y a la par entrenó, compitió y clasificó a los Juegos Panamericanos de Indianapolis 1987; casi 20 años después de convertirse en la primera mujer medallista olímpica de México, ganó la presea de bronce en la prueba por equipos del florete femenil, en la justa continental y al año siguiente culminó su administración como dirigente de la esgrima nacional.
«Para todo eso me sirvió el deporte: me educó, me formó, me permitió realizarme como mujer, me permitió representar a mi país y sentirme muy orgullosamente mexicana al hacerlo»
Pilar Roldán. Subcampeona Olímpica de Esgrima y primera mujer de México con una presea olímpica.
…y respecto a aquel gesto que en México ’68 tuvo con Novikova: siete años después de su retiro, en 1995, el Comité Internacional del Juego Limpio le entregó a Pilar una medalla en reconocimiento por su ética y su valor extradeportivo, por darle la oportunidad a su rival de ganarle en la pista, aunque pudo elegir superarla por default y con ello habría accedido al oro. Con ese reconocimiento, Roldán Tapia se convirtió también en la primera persona de México que recibió la Medalla al Fair Play.
El brillo de aquel podio olímpico fue un resplandor con el que Pilar abrió el camino para que más mujeres encontraran en sus propias pistas el orgullo de lograr las victorias de sus propios combates.
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