¿Somos sólo cifras? A veces conducimos nuestra vida en torno a números: ¿Cuánto ganas? ¿Cuánto debes? ¿Qué edad tienes? ¿Cuánto te costó?…Si eres maratonista -o conoces a alguien tan loco que lo sea- de seguro lo primero por conocer serán dos números: el tiempo al cruzar la meta y la ubicación en la tabla general. ¿Será lo más importante? ¿Si no llegaste en primer sitio, no vale la pena contar lo que viviste?
En estas líneas va el mejor ejemplo: en ediciones pasadas, el Maratón de la Ciudad de México recorría casi la misma ruta en que se trazó uno de los capítulos más trascendentes de los recuerdos olímpicos, durante los Juegos de 1968 y en ese asfalto hizo camino del perdedor más grande de la historia.
A las 3:00 pm del 20 de octubre, en la Plaza de la Constitución, inició el maratón olímpico de México ’68. El etíope Abebe Bikila, Campeón Olímpico en Roma 1960 (donde ganó descalzo) y también ganador del oro en Tokio 1964, era favorito entre 75 corredores.
Fue una prueba casi suicida: los Olímpicos en la Ciudad de México dificultaron el rendimiento de los atletas en eventos de resistencia -debido a la altitud de casi 2 mil 300 metros sobre el nivel del mar, que implican una pérdida del 30 por ciento de oxígeno, en comparación con la playa-.
Por ello, esa tarde, los corredores iban a un paso reservado. En el 20km, el belga Gaston Roelants (oro de 3,000m con obstáculos en Tokio ’64) lideraba la prueba, con el británico Tim Johnston.
Después de los 20km, la ruta parecía un campo de guerra: corredores mareados, sin aliento, tirados en el suelo y asistidos con tanques de oxígeno para respirar. Al 17km, ante las miradas atónitas de los espectadores, el brillo de Bikila se apagó en el retiro, a causa de una fractura en un dedo del pie; al final, fueron 18 deserciones.
Pero Etiopía retuvo el cetro del evento. Tras 2 horas, 20 minutos y 26 segundos, Mamo Wolde ganó. Media hora después, Wolde, con el japonés Kenji Kimihara (2:23.20) y el neozelandés Michael Ryan (2:23.45) recibieron las medallas…pero ese no era el fin de la competencia y aún después de la ceremonia de premiación, los jueces anunciaron que un corredor seguía en la ruta.
Parecía imposible. La noche otoñal de aquel octubre ya había caído, cuando entre los jueces de ruta empezaron a compartir los capítulos que enarbolaban su maratónica desdicha: en el 19km cayó y se lastimó severamente rodilla y hombro derechos; después de ver a compañeros abandonar la prueba, avanzaba con profundo dolor, pero rechazó la asistencia médica y sólo pidió vendas para contener la luxación de su pierna, pues de recibir apoyo, sería descalificado; a ratos caminaba, otros trotaba, y hubo instantes en los que hasta lloraba…pero no se detenía. El pronóstico para ese fondista era sumarlo, en cualquier momento, a la estadística del retiro pero ¿quién era el insistente lesionado? John Stephen Akhwari.
El tanzano Akhwari no era novato en la prueba y antes de este día, los números también le sonreían. Había ganado el Campeonato Africano de Maratón, fue 5º en el Maratón de los Juegos de la Mancomunidad y corrió la distancia por debajo de las 2:20 horas. Esto le auguraban un destino más exitoso en México.
Pero la ruta en la Ciudad de México fue tortuosa, en especial a partir de aquella caída. Pasó más de una hora desde que Wolde cortó el listón de la meta, como campeón del evento, hasta que Akhwari llegó al Estadio Olímpico Universitario, que estaba casi vacío. Akhwari apenas podía andar cuando entró por el túnel y los pocos testigos le acompañaron con aplausos que le empujaron a trotar, caminar y hasta saltar en una pierna. La ovación terminó tras ver al perdedor más grande de la historia llegar a la meta, con tiempo oficial de 3 horas, 25 minutos y 27 segundos.
“Usted viene muy mal, ¿Por qué no permitió que le asistieran las ambulancias?”, le preguntó un juez. Cansado y lesionado, Akhwari dio una respuesta más radiante que una medalla de oro:
“Mi país no me mandó a 5 mil millas de distancia para empezar una carrera, me mandaron aquí para terminarla”.
Ese día Akhwari dejó grabado su nombre en el asfalto de la Ciudad de México.
En 1983, Akhwari recibió una medalla de honor, como Héroe Nacional de Tanzania. Creó una fundación encargada de apoyar a atletas de su país, para llegar a los Juegos Olímpicos en mejores condiciones. En abril de 2008, fue portador de la flama que encendió el pebetero de los Juegos de Bejing y en la justa china fue además ‘Embajador de Buena Voluntad’.
En México ’68, Akhwari cayó, se lesionó, hizo un ‘mal tiempo’, fue el último en llegar…y es recordado por algo más grande que ganar; algo invaluable y no medible con números, porque hay instantes en la vida tan grandes, que no se calibran con nada.
Como siempre,….. excelente!… gracias Katilunga….
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