En 2005, un chico espigado corría en la pista cuando algo interrumpió su paso: una lesión. Me dio tristeza. El más joven en la Final Mundial de 200m y candidato al podio, veía alejarse al resto de los velocistas…pero no se detuvo y cruzó la meta más de seis segundos después del ganador.
Lo vi llegar desilusionado y harto de vivir la misma historia que el año anterior en los Olímpicos de Atenas 2004; una lesión tras otra, en momentos cúspide de su carrera. Algo cambió en él y en 2007 ganó su primera medalla mundial: plata en 200m y al año siguiente, tres oros olímpicos en Beijing 2008*. Un buen amigo que estuvo en el palco principal, me contó cómo a Jacques Rogge -entonces presidente del Comité Olímpico Internacional- le molestó que ese chico bailara en su victoria.
“No se burla de nadie. Sólo es un niño….¡y es caribeño! Es alegría, no es soberbia”, le comentaron al dirigente.
En ese momento nació una nueva manera de ver a los deportistas: cada atleta adquirió una postura personal, ya no eran estoicas piezas en acciones biomecánicas, sino chicos divertidos, que bailaban, que se emocionaban y que sabían llorar, gritar, aplaudir, y jugar.
Volví a encontrar a aquel chico que corrió rengueando en Helsinki 2005. Era Berlín, era 2009, era un ser distinto al atleta molesto que se lesionaba. Ahora era el centro de atención y sabía cumplir: récord mundial de 100m y de 200m y sí: ¡Un baile para festejar!
Hubo un sinnúmero de estudios biomecánicos de su carrera de 100m, de los cuales aún tengo uno que descifra distintas cantidades: de zancadas, extensión de zancada, aceleración máxima. Un esfuerzo humano descrito en números. Yo me quedé con su logro mental: superar las barreras de las lesiones y romper dos récords del mundo.
El 21 de agosto de 2009, en el Estadio Olímpico de Berlín, durante la ceremonia de entrega de medallas, pasó lo inimaginable: 75 mil personas le cantaron ‘Happy Birthday!’ y era para él, que cumplía 23 años, para él que sólo en momentos como esos se volvía en un hombre profundamente conmovido, un hombre de sonrisas nerviosas, incluso introvertido.
Ese mismo año visitó la Ciudad de México y dio una charla en el llamado ‘Congreso Mundial del Deporte’ (del que no han finiquitado el pago por su asistencia, por cierto), sólo unas horas y fue suficiente para enloquecer a la gente.
Pero en 2011 lo vi enloquecer en Daegu, Corea. Si las lesiones fueron decepcionantes, esa vez fue un error lo que le impidió ganar: una salida en falso con la que él mismo provocó su descalificación en la Final de 100m; el Estadio se sumió en un profundo “¡¡¡¡Ooohhh!!!!” y ese grito, como una bomba atómica, destruyó la expectante espera por verlo dominar el hectómetro, con él en el epicentro.
Pero ese coraje contra sí mismo, contra sus errores y el aprendizaje de ellos, lo hizo tomar la responsabilidad de los siguientes retos y esa motivación desde una experiencia hnegativa le hizo ganar dos oros: 200m y 4x100m.
El aprendizaje, su felicidad, su certidumbre y su esfuerzo hicieron más radiante su brillo. En Londres 2012 sin lesiones, sin errores y sin miedos, rompió un record olímpico y ganó tres oros…otra vez. En Moscú 2013 recuperó lo que había perdido en los Mundiales anteriores y tenía sus tres coronas en 100m, 200m y 4x100m.
Su historia siguió como la que nadie nunca había escrito: de nuevo oros mundiales en 2015 en Beijing, China y ese mismo año regresó a la Ciudad de México para abrir una tienda oficial de la marca que le patrocina. Hasta jugó una cascarita de futbol, pero lo más curioso fue verlo sufrir al subir cuatro pisos en las escaleras del Centro Comercial Liverpool, cuyo elevador estaba bloqueado. Fue la última vez que lo encontré.
Después de volver a ganar tres oros olímpicos en Río de Janeiro, Brasil en 2016 anunció que su retiro sería en Londres 2017, en una nostálgica aceptación del fin.
Así avanzó la temporada del adiós, hasta que llegó el agosto de 2017.
El 5 de agosto, día en que se conmemoraban cinco años de que ganó aquel glorioso oro con récord de evento en los Juegos Olímpicos de 2012, Usain regresó a ese mismo tartán en Londres, Inglaterra, a la final de 100m de los Campeonatos Mundiales de Atletismo. Bolt no rompió el récord mundial, tampoco ganó oro: se quedó la presea de bronce, agradecido y melancólico por tantos años de brillo, mientras el nuevo monarca, el estadounidense Justin Gatlin se postró a los pies de la leyenda, que vivía el ocaso de sus días sobre la pista.
Usain se fue de los Mundiales de Atletismo, tal como llegó: con una lesión en los últimos metros, en el relevo 4x100m.
Parecía triste verlo acabar así, pero tirado en el tartán, llegaron todos los relevistas de Jamaica: Nesta Carter, Michael Frater y Yohan Blake, no solo para apoyarlo, en especial para acompañarlo y agradecerle por años y años de esfuerzo, alegrías, asombro, orgullo y en especial, de mucha valentía:
Usain siempre supo que lo acosarían los fantasmas de las lesiones, de los errores y del miedo; pero después de las dificultades de 2004, 2005 y 2011, eligió enfrentar cada competencia con lo máximo que pudo, sin dejar ni el 1 por ciento de su esfuerzo a la deriva, sin dudar por el momento en que volvería a tener un desgarre o un calambre, sin cuestionarse, sin victimizarse, sin pretextos, ni culpables; totalmente entregado a cumplir lo que él deseaba. Muy por encima de los miedos, se entregó sin límites a su deseo: convertirse en leyenda…Y LO ES.
Si me he de llevar un momento de ese chico revolucionario de las pistas, es aquella noche del 21 de agosto en Berlín ñ, Alemania, con miles de voces cantándole y festejando su vida.
https://youtu.be/8Abm9EZ3WZ4
- En 2017 le retiraron el oro del relevo 4x100m por doping del velocista Nesta Carter.