Relatos 'off the record'

El impredecible 7 agosto

A los reporteros ni una gitana podría leernos el futuro. Jamás sabes lo que encontrarás al abrir los ojos por la conquista de un nuevo día. Uno de esos días fue éste: 7 de agosto de 2012, cuando en menos de cuatro horas vi más de lo que podría imaginar.

Estar allí era un sueño cumplido por el que trabajé diez años sin descanso. Desde 2002 se inyectó en mi el espíritu olímpico y llegar a unos Juegos se volvió mi meta; un camino complejo en el que para los periodistas no existe propiamente un proceso de clasificación, sino de designación. Así que al pasar una década entre pistas, tatamis, dianas, arcos, gimnasios, libros, cifras, datos y detrás de la computadora, sentir el respiro del ambiente olímpico británico, pese a dejar al otro lado del mundo a mi bebé, era una especie de ‘medalla de oro’ para mi.

Pero específicamente, en esa fecha del 7 de agosto del 2012, el atletismo estaba en sus días iniciales en Londres 2012. Me instalé en el Estadio Olímpico, lista para ver al corredor David Rudisha en los 800m. Rudisha me caía bien. Su papá ganó plata en el relevo 4x400m de México ’68 y aunque no nos conocíamos ya me parecía que su historia se entrelazaba de alguna forma con mi país. Así que me senté en la grada para prensa junto a un desconocido y pronto descubrí que era un sabio: un austriaco de 81 años que gozó esa competencia a tal grado que me hizo llorar de emoción. Tan pronto el keniano cruzó la meta con el oro, este hombre europeo empezó a escribir aceleradamente para compartirme muchos datos que me hicieran valorar ese récord mundial que jamás olvido: 1:40.91 minutos. Así veía la vida aquel señor y pues sí, de alguna forma no sabríamos en qué momento dejaría de atestiguar, valorar y compartir cada instante. Esa fue su lección más grande, más allá de los textos que aún conservo; más allá de la diferencia en nuestros idiomas o culturas, para él la prioridad era compartir la luz de sus emociones y, de forma implícita, su sabiduría conmigo. Aún tengo sus líneas, como el recuerdo de un aprendizaje más grande incluso que el imperioso atletismo.

Pero, en mi deber laboral, salí aceleradamente de allí. Debía ir a cubrir las competencias en el Complejo Acuático. Me instalé en la tribuna de prensa, lista para ver las pruebas de clavados. No había tantos reporteros de México. La mayoría estaban en el ExCeL Complex, donde el sonorense Óscar Valdez peleaba los 4os de final contra Irlanda. De ganar, rompería una sequía de 12 años sin ver a un mexicano en un podio olímpico de boxeo. En su segunda incursión olímpica, el querido Valdez Fierro se despedía del pugilismo amateur con una derrota, mientras yo, seguía en los saltos ornamentales.

Todo parecía una historia conocida: Laura Sánchez en el trampolín 3m individual. Fue 6ª en Beijing 2008 y en el primer salto de Londres 2012 estaba 5ª; en la segunda ronda 6ª. Para mí ya era loable que estuviera en finales con una lesión severa en el hombro y en medio de diversas adversidades administrativas. Empecé a escribir la nota ‘Culmina Sánchez en 6º sitio’. ¡Oh error! Laura remontó. No me quiero poner técnica, pero Laura rozaba zona de medallas. Estaba en una dura lucha con la italiana Tania Cagnotto y al final la superó ¡por 20 centésimas! (362.40 puntos de Laura, por 362.20 de Tania) HISTÓRICO: Laura es hoy por hoy la primera y única mujer mexicana que gana una medalla olímpica en una prueba individual de clavados. ¿¡Qué más esperaban mis ojos!? Un récord mundial de atletismo, una medalla olímpica histórica para México…¡y faltaba mucho!

Entrevisté a Laura y salí de la sala de prensa del Complejo Acuático prácticamente jalada por Carlos Legaspi, quien me tomó por el codo y me apresuraba para regresar al Estadio Olímpico de Atletismo. Legaspi fue mi lazarillo en ese andar de casi 2.5 kilómetros y se lo agradezco, pues mientras avanzaba, escribía las letras finales de la nota sobre Laura.

Llegamos al Estadio y es literal que ya no cabía ni un testigo más; increíble porque había 80 mil asientos, pero solo cupimos de pie y en un rincón. Lamenté mucho no poder sentarme junto al sabio austriaco, pero menos de 15 minutos después, allí estaba un mundo silente y expectante: presenciando a ocho hombres hincados que esperaban el disparo de salida y a su sonido, respondió un estruendo único y electrizante. El mundo vio entonces al primer hombre en la historia que retenía un oro olímpico de 100m…con nuevo récord olímpico. Sí: Usain Bolt, con crono de 9.63 segundos, tiempo suficiente para que la multitud se rindiera ante el ‘rockstar del tartán’.

Lo que más recuerdo de aquella final es el dedo índice de la mano derecha de Usain. Aún le faltaban dos pasos para cruzar la meta y ya había puesto ese dedo sobre su boca, una señal universal de «silencio»; una especie de «¡a callar!», pues durante un año cargó la pesada loza de la «rumorología». En 2011, durante los Campeonatos Mundiales de Atletismo de Daegu, Corea, en la final de los 100m pasó lo impensable: Usain se descalificó por una salida en falso, por estar pendiente de los movimientos de su compatriota Yohan Blake (que al final ganó el oro mundial del hectómetro en Daegu 2011). Fue un error, un trauma, un fantasma que lo persiguió hasta Londres 2012, con un»¿y si pasa de nuevo?» «¿Y si Blake le gana?». Así que esa noche de verano británico, sus zancadas sacudieron esas y más dudas y el ademán tenía que reforzar su monarquía.

Pero ¿y mi historia? ¿Allí acabaría la aventura? ¡Pues no! ¡FALTABA LA CONFERENCIA DE PRENSA CON BOLT! Bajábamos apresurados cuando Legaspi me dijo: “Voltea discreta y mira quién viene detrás de nosotros».

Obviamente que no fui discreta, obviamente que miré hacia atrás y al verlo pensé «¡NO-PUEDE-SER!» A dos escalones de mí estaba caminando ¡SIR PAUL MCCARTNEY! Tal vez fue en ese instante cuando debió de darme un infarto ¡pero no! Sólo pude verlo, tratar de tomarle fotos y (estúpidamente) decirle “¡Hola!” (sí en español) y me contestó igual “¡Hola!”.

Pude infartarme allí de no ser porque el guardaespaldas que nos separaba empezó a empujarme y a gritar “¡Camina! ¡Camina!” y pues sí, se me fue el espasmo y desperté para TRATAR de andar, y de asimilar la serie de anormalidades que en tan pocas horas viví, para rematar con: la conferencia de prensa de Usain, siempre ocurrente, bromista, creativo y paciente.

A las 11:40 de la noche me di cuenta de que no había comido desde el desayuno, que hacía frío y que la noche sería bastante complicada (en especial considerando que, por una carambola de azares, en aquellos días me tocó dormir en el banquito de uno de los pianos verticales que están en la estación de trenes de St. Pancras), pero ¿qué más daba? Si lo que viví esa noche no salía ni planificando.

Un día singular, lleno de personas mágicas, que hicieron algo aquel día que me asombró, me conmovió, me alegró y me llenó el alma. Pasan los años y recuerdo con el mismo brillo cada instante de ese séptimo día de agosto, en un verano olímpico intenso, alocado e inédito.

Relatos 'off the record'

‘Detrás del periodismo’ en Corea

Ser reportera es vivir -como bien dijo Gabriel García Márquez- «el mejor oficio del mundo». Uno tiene licencia para preguntar de todo, indagar y salir a comunicar lo que uno descubre. Un día estás en un evento cerca del Presidente del país, o en una conferencia con el hombre más rico del mundo y al siguiente junto a los escombros de un edificio que cayó por un sismo; continuamente estás retando tu capacidad de reacción. Pero el ‘detrás de cámaras’ no es siempre tan glamoroso: a veces estás sin comer ni dormir, haciendo guardia, sin luz, sin señal de internet para enviar o en zonas y situaciones donde corres peligro.

Algo así viví hace muchos años y a muchos kilómetros de Mexico, en Corea del Sur, un país en continua tensión por los constantes acosos bélicos de su vecino del norte. Eso era suficiente agobio, pero por fortuna, la coexistencia con más de 5 mil personas en el Campeonato Mundial de Atletismo me tenía, felizmente, en mi primer visita por Asia.

Pero, recuerdo bien cuando empezó mi caos: era el viernes 2 de septiembre de 2011 y yo desfallecía de dolor. Estaba enferma. No entendía de qué, pero debía actuar rápido.

El Mundial ya estaba por culminar (de hecho Usain Bolt ya había sido descalificado por salida en falso en la final de los 100m) y antes de iniciar la jornada vespertina, acudí a servicio médico. Me atendieron dos chicos, doctores generales coreanos, que si sabían medicina, pero apenas sabían inglés. Un italiano muy amable se ofreció a traducir mis pesares, aunque no hablaba ni español, ni inglés, ni coreano y en ese ‘teléfono descompuesto’, el médico concluyó que yo tenía ¿hemorroides? y ante el errático diagnóstico, salí del consultorio a pensar en un Plan B.

Ya era de noche y con mi melancólico paso errante, fui al front desk del Media Center. Unas lindas y jóvenes voluntarias coreanas de traje sastre, con falda azul marino, blazer rojo y un coqueto sombrerito de paja, portaban un botón con el idioma al que traducían. «¡Ya me vi!», pensé entonces. (Déjenme poner contexto: por esas fechas aún no existía el servicio de mensajería de facebook y WhatsApp tenía dos años de existencia, aún no estaba tan extendido en el mundo).

Ninguna voluntaria hablaba español ni inglés, pero una traductora de francés, muy encarecida -quizá por mi rostro premortuorio- me ayudó. «Me siento muy mal. ¿Puedes por favor llama a la Villa de Atletas a alguien de México?», le dije. Así encontraría un doctor que me entendería y tendría mi remedio. ¡Simple! La voluntaria me pidió esperar.

Y mientras esperaba una llamada celestial, me senté en un cómodo sillón del lobby de la sala de prensa, a pensar cómo sería el proceso de repatriación de mi cuerpo desde Corea a México «ojalá no me vayan a poner maletas encima», pensaba «debí traer alguna prenda de vestir». Me quedé dormida.

La linda chica tenía en la línea a alguien para mí. «No es de México, pero habla español», me dijo. Bueno, ya íbamos de gane.

Me pasó el auricular y hablé, hablé y hablé tanto como si fuera un confesionario. «Espero que nadie alrededor de esta recepción entienda español ni se enteren de mis dolencias», pensaba a la par de mi voz, que mientras tanto alegaba los achaques de mi cuerpo.

Después de casi diez minutos de tanto hablar, la voz al otro lado del teléfono me dijo «Ok. A ver mira, no soy doctor…pero conozco a doctores de España; ahora mismo les llamo, espera allí y cuando tenga respuesta, te marco», dijo aquella voz de hombre joven.

Después supe que la voz pertenecía a un atleta y no cualquiera: el venezolano Eduar Villanueva, quien estuvo a 19 centésimas de segundo de ganarle al mexicano Juan Luis Barrios, en los 1,500m de los Juegos Centrocaribeños de Mayagüez 2010 y se quedó la plata.

Un año antes era rival y hoy, sin haberle visto a la cara, ni él a mí, se esforzaba por salvarme la vida.

De nuevo al sillón de los sueños ¿por qué no? Me quedé pasmada pensando en él. Dos días antes, Eduar rompió su récord nacional en 1,500m (3:36.96 minutos), me apoyaba a las 9 de la noche y en casi 24 horas sería el único latino corriendo la Final de las 3.5 vueltas, en el Mundial coreano. Un ángel sin alas, pero con hermosa actitud…y pies que vuelan.

Tan solo unos minutos tardó su llamada de vuelta. Me dictó un número telefónico y un nombre, además me externaba toda su angustia y solidaridad por mi situación. ¿Yo qué tenía? Sólo mi achacoso agradecimiento. «No me digas nada, somos latinoamericanos y no importa en qué lugar del mundo estemos, siempre vamos a ayudarnos». Eso era cierto.

Después de colgar, seguí sus instrucciones y con mi ágil rengueo, caminé casi kilómetro y medio desde el estadio, hasta la pista de calentamiento. Allí estaría el doctor con el que Eduar habló. Allá estaría mi remedio y mi salvación.

En el estadio de calentamiento había varias carpas blancas y en una colgaba la bandera de España. Salió de allí un hombre alto, fuerte, rondaba los 40….una especie de ‘David Hasselhoff’ ibérico…y yo muriendo de dolor pero también de vergüenza por tener que contarle mis achaques.

De nuevo hice aquel prolongado, detallado y penoso ritual de la confesión. El doctor me escuchó atenta y pacientemente, cuando termine de hablar me dijo: «Ya sé qué tienes, pero ahora no traigo el medicamento que necesitas conmigo, además no te lo van a vender aquí sin receta y yo no escribo en coreano». Yo escuchaba y asentía al tiempo que en mi mente retumbaba solo una pregunta: «¿¡por qué me persigue la desgracia!?».

El doctor me ofreció una solución: mandarme el remedio a la mañana siguiente, al evento que me tocara cubrir.

No podía esperar. Literal. Mi cuerpo, mis achaques y mi profunda y característica desesperación eran réplica intangible de la Arena Coliseo en martes de luchas… hasta que llegó la mañana. Yo estaría en la competencia de 50km marcha, en la calle central de Daegu y el ‘Dr. Hasselhoff’ acordó con otro doctor español mandarme el medicamento.

Caminé desde el hotel al circuito de competencia, con la meta de buscar el puesto de hidratación de España. No había llegado ni a la mitad de la ruta cuando escuché un efusivo «¡¡Katilungaaaa!!».

¡No es posible! Al otro lado del mundo, en una calle coreana, alguien grita mi nickname. ¿Empiezo a delirar? ¿Son las voces del cielo que vienen por mi? Cosa de risa.

Encuentro entre el tumulto unos conocidos rasgos catalanes: era Mikel, un fisiatra al que conocí en la Copa del Mundo de Marcha en 2010.

«Oye nos han contao de una chica de tu país que está enferma, que no puede parar de orinar y hay que entregarle una medicina. ¿la conoces?», me dijo Mikel. Yo solo alcancé a decirle: «Sí, soy yo», con una fresca naturalidad, como si fuera yo modesta y me hablaran de un premio. «Sí, soy yo». ¡Pero que idiota!

Al lado de Mikel, el Doctor Andreu me entrega mis medicinas y un montón de consejos «procura tomar jugo de arándano y mucha agua», me dijo en verdad preocupado por mi.

Desde la primera toma, llegó el alivio y el agradecimiento a todos los ángeles: a la coreana francoparlante, al querido Eduar, al ‘Dr. Hasselhoff’, a Mikel y al Dr. Andreu. Mi ser entero fue sano y feliz.

Esa noche, ya muy recuperada, esperé a que Eduar terminara su carrera: 3:37.31 minutos en 1,500m y un exitoso 8º sitio en la final. Fui a la zona mixta y al terminar sus entrevistas lo intercepté, me presenté, le agradecí, le regalé una playera negra con un jaguar huichol impreso. Hasta ese momento conocí su rostro en persona.

Dos meses después fue a Guadalajara para competir en los Juegos Panamericanos. No pude verlo, pues estaba en el estadio como voz del evento y narré su carrera, donde ganó la presea de bronce.

Medio año después, fui a Barquisimeto, el pueblo natal del venezolano Villanueva, quien sin duda, sería la figura destacada del Campeonato Iberoamericano de Atletismo. Mi vuelo salió el día de su prueba y tampoco lo vi.

Digamos que Eduar fue un ángel, con una aparición repentina en mi vida, pero con actos coyunturales para que regresara a mi casa a contar sobre esos seres bondadosos de actitud angelical en cada paso… Un buen día, uno también puede ser el ángel de otra historia.

P. D. Respecto a mí: en Corea del Sur tuve una infección en vías urinarias, algo que nunca había padecido antes y gracias a Dios tampoco después. Dos años después, en el Mundial de Moscú, Rusia, me encontré de nuevo al ‘Dr. Hasselhoff’ y profundamente le agradecí por haberme ayudado en el momento mas difícil de salud que había vivido fuera de mi país.

Relatos 'off the record'

La máxima expresión del espíritu a través del cuerpo. ¡Eso es para mí el deporte!

«¿Qué significa para ti el deporte?». Una vez me lo preguntó mi amigo Arturo Xicoténcatl y me faltaron palabras para explicarlo. Ya analicé la pregunta y por mera curiosidad, comparto la respuesta.

Respeto a quienes conciben al deporte como una actividad de entretenimiento. Respeto, pero no coincido. El deporte es para mí la máxima expresión del espíritu a través del cuerpo. Simple, pero intenso.

El deporte es una forma de materializar la motivación de un alma, en el desarrollo de habilidades motrices; que además tiene una ecuación exponencial, pues la energía de ese esfuerzo se multiplica en más motivación y se transmite hacia quienes tienen oportunidad de atestiguarlo.

Tengo dos ejemplos: No es posible limitar ese estímulo únicamente al ver a Usain Bolt ganar una medalla olímpica (suceso que enchina la piel de miles de personas); esto pasa en todos los niveles del deporte, también cuando una niña, en su competencia de gimnasia artística ejecuta una rutina de piso y sus padres se sienten orgullosos; quizá son menos quienes descubren la motivación en la competencia de la niña, pero puede ser tan intensa que desborde alegres lágrimas de triunfo…aun cuando ella no ganara, pues el triunfo no significa ascender al podio para ella, sino superar sus retos motrices personales.

Además, el deporte para mí es la oportunidad de ver la caída de la torre de Babel. Las barreras del idioma se derrumban rendidas al deporte. El lenguaje es el cuerpo y su gramática el esfuerzo. En el deporte las palabras sobran. No es necesario hablar ruso, chino, español, alemán, lo que prefieran, para comprender el valor del triunfo, o la derrota. En ambos casos puede haber lágrimas, pero sin siquiera hablar comprendemos la alegría o la tristeza de sus actores. El deporte es un idioma que nos sensibiliza, nos aproxima, nos brinda una empatía en torno a quienes vemos esforzarse. Sobran historias para explicarlo.

El deporte es para valientes. No cualquiera dedica su tiempo, su vida, su fuerza, a una actividad de la que no sabe si obtendrá los frutos deseados. Una siembra sin garantía de cosecha. Una moneda al aire. Se necesita mucho carácter y valor para estar dispuesto a enfrentar la competencia, las lesiones, la crítica y los millones de “hubiera”. Si un deportista no está entre los primeros tres lugares de su competencia, todo su entorno se convierte en experto y después del evento le aconsejan “hubieras hecho…”, “te hubieras preparado…”, “no hubieras ido…”; un cúmulo de juicios hacia alguien que no conocen y una metodología competitiva que no entienden. Muy duro.

En lo social: el deporte es la mejor expresión del comunismo. No importa si eres rico, o pobre, alto o pequeño, gordo o extremadamente flaco, todos sus actores requieren esforzarse para alcanzar sus metas, no por tener más o menos de una u otra característica se da el merecimiento de una medalla, si lo quieres, te lo vas que ganar gracias al perfeccionamiento de tu esfuerzo; además, el esquema es tan incluyente, que todos los biotipos pueden encontrar una actividad física en la que tengan éxito.

Y en un aspecto más biológico: el deporte es la oportunidad más latente de permitir la evolución de la especie humana. Desde su existencia como homo sapiens, el hombre ha hecho el proceso inverso que cualquier otra criatura en la tierra: mientras el resto busca su adaptación al medio ambiente, el ser humano ha buscado adaptar el medio ambiente a sus necesidades. “No sobrevive el más fuerte, sino el que mejor se adapte”, dijo Charles Darwin en su Teoría de la Evolución de las Especies; el hombre llegó para corromper sus palabras y al medio mismo en que coexiste.

Sin embargo, es el deporte la única actividad que implica un esfuerzo físico que permite la evolución a seres más rápidos, más fuertes, con mayor resistencia y cualidades físicas que permitan enfrentar con mejores elementos los cambios que le deparan al mundo.

Es una reflexión muy personal. Por supuesto estoy describiendo el lado más noble, pues hasta en algo tan maravilloso como el deporte existen los hoyos negros. No busco convencer a nadie, es sólo una manera de externar el respeto que le tengo, no sólo a un seleccionado nacional, sino a todo aquel que tiene la iniciativa de salir de la inactividad a cuidar su tempo, la herramienta mediante la cual alcanzará sus sueños: su cuerpo.

No sólo lo veas, practícalo y quizá encontrarás otra concepción, quizá una muy distinta de la que yo tengo.

Relatos 'off the record'

El hermoso camino hacia la muerte

KATY LÓPEZ

¿Qué se sentirá morir? Muchos temen a la muerte. Tal vez es miedo al preludio: a que sea prolongado y doloroso, o rápido sin oportunidad de reaccionar ni despedirse. Después de eso, para mí la muerte debe ser un proceso muy hermoso.

Hay documentados ‘encuentros con la muerte’: personas que perciben luz, paz, voces. No me ha pasado, pero en 2011 tuve una experiencia análoga…o más bien, una epifanía sobre la muerte.

En la primera semana de los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011, trabajé como reportera, pero en la segunda semana fui Voz Técnica de Atletismo, en las 47 disciplinas que entonces comprendía el programa. Pasaba 10 horas por día en el estadio (hoy casa de los Charros de Jalisco), que corrían como agua entre las manos, al narrar lucha, esfuerzo, glorias y decepciones en pista y campo…aunque por ello me perdí la cobertura de otras competencias.

El día de la Ceremonia de Clausura de los Juegos, invitaron a los jueces al evento y al ser mi labor de ese equipo, claro que fui. Comenzaba uno de esos intensos ocasos otoñales que tiene octubre cuando subimos al autobús. Llegamos a la Villa Panamericana, donde vivían los atletas de todos los países. Bajamos y entramos al complejo habitacional…cosa que me parecía tan extraña, pero decidí guiarme por la curiosidad. Desde dentro de la villa, caminamos hacia el Estadio…y yo no entendía nada.

Eran dos kilómetros a pie y poco a poco vi a más jueces de más deportes, así en cada cierto tiempo, se integraban más personas de más países, pero una entre ellas me encontró a mi: el doctor Héctor Aguilar, que atendía a seleccionados nacionales. “¿Tú qué haces aquí?», me dijo. «Estás bien lejos, ¡ven con los de México!”, continuó y sin que respondiese…ni entendiese tampoco, tuvo a bien tomarme del brazo y juntos alcanzamos a ‘los de México’: ¡ERAN TODOS LOS DEPORTISTAS, ENTRENADORES, FISIATRAS Y DOCTORES QUE NO HABÍA VISTO EN COMPETENCIAS! Saludé a todos: Paola Longoria, Patrick Loliger, Iván Bautista, Rocío Guillén o Manuel Cortina.

Allí empezaron mis delirios sobre la muerte, porque uno recuerda y añora mucho a los seres queridos que pierde y los momentos que se van con ellos; pero tan pronto inicia este proceso de morirse, ellos llegarán a tu encuentro.

En la ‘Divina Comedia’ Dante tuvo a Virgilio y a Beatriz, y yo, en mi breve intento de comedia divina, también tuve a mi acompañante: Manuel Cortina. Competía en canotaje. Vivía sus terceros Panamericanos y ya conocía bien este momento. Manuel debió verme tan desprovista de idea alguna, que se dedicó a calmar mis nervios, a acompañarme en el camino e incluso a arroparme, pues yo llevaba una sudadera púrpura, muy desentonada con el blanco uniforme de la Delegación Mexicana, así que me prestó su rompevientos talla XG para no desentonar.

Cuando vi el Estadio ya tan cerca fue en el instante en el que caí en cuenta de lo que estaba sucediendo. “¡VÁLGAME SAN CRISTÓBAL, PATRONO DE LOS CAMINANTES!  ¡¡ESTAMOS DESFILANDOOOO!!”. Hasta ese momento supe que después de la Delegación del país sede, los jueces desfilan en la clausura…o al menos ese fue el cariñoso detalle que el Comité Organizador de Guadalajara 2011 guardó para jueces y árbitros.

Definitivamente no quería hacerlo, estaba demasiado nerviosa, asombrada y muy desencanchada: como periodista, lo mío era atestiguar, no protagonizar, pero no podía dar ni un paso atrás….y pasa un poco así con la muerte también, ¿no? La verdad es que no siempre estás «que te mueres por morirte».

Así, llegamos a ese famoso momento: ‘El Túnel’. Ese pequeño tramo es casi más que un trazo constructivo, un ritual en el que atraviesas de un proceso al otro, porque si bien conecta el exterior con el interior de un estadio, es también el punto donde inician cosas asombrosas. Me hablaron mucho de él, pero lo que viví allí, es creo el hermoso camino hacia la muerte: Todo es oscuridad, pero ya no tienes miedo, más bien estás emocionado. ¡Sabes que eres parte de un mar de almas bajo la misma experiencia, el mismo pulso y casi por inercia, un continuo avance! Escuchas chiflidos, aplausos, porras, gritos, tu piel se eriza y haces un involuntario y profundo respiro, para soltar todo tu aliento y gritar también con todos ¡aunque no conozcas a nadie! Quieres reír y dejar que la marea de emociones te guíe.

Sólo quieres que tu voz, todas tus emociones y sentidos se unan al oleaje efusivo que te empuja y entonces, pasa lo que cuentan de la muerte: hay una luz al final del túnel y llegas a un camino lleno de brillo y alegría. Avanzas lento, pero sientes los fuertes latidos de tu corazón ¡sí! Como si fueran los últimos y hasta sonríes con gratitud por cada sístole, por cada diástole, por cada respiro.

Así me sentía en mi ‘trajín mortuorio’, que era también la despedida de esos Juegos Panamericanos.


Lo qué pasó después no se vivió en los Olímpicos de Beijing 2008 ni Londres 2012: en Guadalajara 2011, México era sede, los asistentes que estaban sentados en las butacas del Estadio Akron esperaban a México y así, cuando llegó el contingente anfitrión -con esta infiltrada involuntaria que suscribe- los aplausos, la alegría, la locura del encuentro y los gritos, eran todos para ellos. Una bienvenida eufórica de muchos papás, hermanos y amigos que querían ver a ese: su hijo, hermano o amigo que por años entrenó para representar a México y después de hacerlo, lo recibirían muy orgullosos allí.

Puede ser duro recordarlo así. En especial porque casi siete meses después, el 8 de mayo de 2012, partió una de las mujeres más importantes de mi vida: mi abuelita Elvira. De ella heredé el gusto por escribir –que no la calidad, ella era asombrosa– y si hay cosas buenas en mi corazón, es porque muchas las sembró ella…y aún hoy florecen.

Mi abuelita sabía que mi sueño era vivir unos Olímpicos. Tras 12 años de cubrir Deporte Amateur, fui a Londres 2012 y llevé algunos de sus escritos y una postal que me escribió conmigo, las traje siempre en mi mochila, en cada cobertura; antes de dormir, leía para no estrañarla más.

En la clausura de los Juegos británicos, cuando Ed Sheeran, Nick Mason, Mike Rutherford y Richard Jones interpretaron el cover de Pink Floyd ‘Wish you were here’, lloré y la recordé muchísimo; fue como si todo el tiempo, en toda la cobertura, hubiera estado a mi lado.

Ya no podré llevarle lo que siempre me pedía, lo que más le gustaba: fotos y el relato de cada aventura; pero en la clausura de Guadalajara 2011 viví una experiencia mágica que sí le conté antes de que ella partiera y me alegro porque así imagino el transitar de mi abuelita hacia su bienvenida, en la otra brillante, feliz y hermosa vida, al otro extremo de la luz al final del túnel.

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El ciego de la cámara

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