Relatos 'off the record'

El dije de la protesta

Una noche del verano de 2018 caía en la Ciudad Universitaria de la UNAM, cuando entre los caminos que conducen a sus aulas caminaba John Carlos; 50 años atrás, en ‘territorio puma’ brilló en el con el bronce olímpico de los 200m, pero el resplandor de su éxito deportivo fue solo el pretexto para pararse en el podio y desde las alturas de la victoria el denunciar lo injusto que era la discriminación racial.

De padres cubanos, Carlos nació en Harlem, Nueva York el 5 de junio de 1945 y antes de la medalla olímpica en México 68, fue Campeón Panamericano de 200m en Winnipeg 1967, pero el deporte nunca más volvió a escuchar su nombre y su silueta no brilló nunca más en el movimiento olímpico.

Pero entre aquel ocaso del verano de 2018, John caminaba por el Centro Cultural Universitario de la UNAM y recordaba cómo cinco décadas antes el mundo era tan distinto pero a la vez muchos prejuicios seguían arraigados y la lucha por eliminarlos debía continuar. Llegó a la Sala ‘Carlos Chávez’ donde muchos protagonistas y testigos presenciales de México 68 compartían lo que el corazón, la memoria y la reflexión les permite atesorar de aquellos 15 intensos días de otoño.

John Carlos compartía sus más profundos recuerdos. Usaba una gorra negra y de su cuello pendía un dije que resumía el momento más intenso de su vida: aquellos momentos en el podio de los Juegos Olímpicos, cuando levantó con el puño enfundado en guante negro en señal de protesta contra la desigualdad racial.

Esa misma seña era su dije: un puño con cada dedo del color de un aro olímpico, en cuya base se trazó la silueta de su figura a cuerpo completo.

“Se me ocurrió a mí el diseño y lo mandé hacer en el Suroeste de Estados Unidos”, compartió orgulloso. “Es único. Aquí lo dice todo. Quería usar los aros olímpicos, pero me dijeron que tal vez no podría hacerlo, por eso fue mejor poner el puño”.

La joya es el pequeño recuerdo del gran momento que cimbró la historia y que sumió su vida entre los más intensos contrastes.

“Primero nos respetaban mucho, en México muchos nos aplaudieron, pero después algunos yanquis nos acusaban de alborotadores. Al regresar a Estados Unidos, la gente que me apreciaba, a la vez trataba de evitarme, tenían miedo de represalias, de padecer lo mismo que nosotros de ser señalados, juzgados y hasta bloqueados por la sociedad”, agregó el hombre hoy de 74 años de edad.

Pese al brillo olímpico, pese a levantar la mano para denunciar las desigualdades sociales, políticas, económicas, académicas o médicas que padecía la comunidad afroamericana, Carlos fue vetado y separado del deporte.

“La tristeza más grande de mi vida fue que mi esposa se quitó la vida. No pudo superar estas condiciones fue terrible. Si no hubiera tenido fe en mí mismo y en Dios no sé qué habría sido de mi”, confesó Carlos, quien visitó la UNAM y desde la Sala Carlos Chavez habló a las nuevas generaciones:

Al no poder continuar su desarrollo deportivo, ni tener el reconocimiento social que merece todo medallista olímpico, ni encontrar trabajo vinculado a su amado atletismo, encontró la forma de subsistir lavando autos, también fue obrero, pero perdió todo.

“La tristeza más grande de mi vida fue que mi esposa se quitó la vida. No pudo superar estas condiciones fue terrible. Si no hubiera tenido fe en mí mismo y en Dios no sé qué habría sido de mi”, confesó en la charla ante estudiantes y les dijo:

“Comprométanse con su sociedad. Pónganse al frente del cambio. No esperen a tener 60 años para pensar en hacer algo. Yo entonces tenía 22 y no estaba dispuesto a quedarme callado. Es difícil, es muy difícil, las consecuencias son muy duras; quizá ustedes no verán los resultados, pero sus hijos sí los vivirán”.

John Carlos. Medallista olímpico y luchador social

Hace 50 años en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria, Carlos ganó bronce en 200m, al lado de su compatriota Tommie Smith (oro) y el australiano Peter Norman (plata). Todos se manifestaron allí: los estadounidenses con el puño negro y Norman con un parche a favor de los Derechos Humanos en el deporte olímpico. Todos fueron vetados de por vida del deporte, pero ninguno se arrepintió.

“No se trata de luchar por los derechos de un sólo grupo. Cuando se falta y se dañan los derechos de unos, queda probado que no se respetan ningunos”

John Carlos. Ex velocista estadounidense

Ni el medio siglo que ha hecho estragos en el color de su cabello o en la textura de su piel ha cambiado su carácter indomable, inquebrantable y valiente; el espíritu de un joven que porta sobre el pecho un dije más pequeño y más valioso que su medalla olímpica.

Relatos 'off the record'

#HappyBoltDay

KATY LÓPEZ

@katilunga

En 2005, un chico espigado corría en la pista cuando algo interrumpió su paso: una lesión. Me dio tristeza. El más joven en la Final Mundial de Helsinki, Finlandia en los 200m y candidato al podio, veía alejarse al resto de los velocistas…pero no se detuvo y cruzó la meta más de seis segundos después del ganador.

Lo vi llegar desilusionado y harto de vivir la misma historia que el año anterior en los Olímpicos de Atenas 2004; una lesión tras otra, en momentos cúspide de su carrera. Algo cambió en él y en 2007 ganó su primera medalla mundial: plata en 200m y al año siguiente, tres oros olímpicos en Beijing 2008*. Un buen amigo que estuvo en el palco principal, me contó cómo a Jacques Rogge -entonces presidente del Comité Olímpico Internacional- le molestó que ese chico bailara en su victoria, cómo rompía la 4ª pared con tal autenticidad para usar esa cámara que lo grababa e interactuar con las 80 mil personas que lo veían en el estadio, más los millones que lo seguían en transmisiones.

“No se burla de nadie. Sólo es un niño….¡y es caribeño! Ese fue un acto de alegría y no de una malinterpretada soberbia”, le comentaron al dirigente.

En ese momento nació una nueva manera de ver a los deportistas: cada atleta adquirió una postura personal, ya no eran estoicas piezas en acciones biomecánicas, sino chicos divertidos, que bailaban, que se emocionaban y que sabían llorar, gritar, aplaudir y jugar. La emoción y la personalidad de los atletas está más cerca desde entonces.

Volví a encontrar a aquel chico que corrió rengueando en Helsinki 2005. Era Berlín, Alemania, era el año 2009 y él era un ser distinto al atleta molesto que se lesionaba. Ahora era el centro de atención y sabía capitalizar los reflectores: corrió la final de los 100m y rompió el récord mundial con 9.85 segundos…y si el cansancio no era suficiente, además, descalzo hizo un baile para festejar.

Hubo un sinnúmero de estudios biomecánicos de su carrera de 100m, de los cuales aún tengo uno que descifra distintas cantidades: de pasos, extensión de zancada, aceleración máxima, resistencia a la velocidad. Un esfuerzo humano descrito en números…pero yo me quedé con su logro mental: superar las barreras de las lesiones y romper dos récords del mundo.

Un día después fui a la pista de calentamiento para entrevistar a los atletas mexicanos que estaban por competir. Grababa un video y algún inoportuno puso su mano en mi toma «¡heeeey!», dije sin quitar la vista de la pantalla y algo molesta, pero cuando levanté la vista, vi que era él, que era una de las bromas de Usain Bolt y que un poco apenado y a la vez risueño regresó, me pidió mi teléfono y nos tomó esta foto:

Días después, ganó oro, también con nuevo récord mundial, en los 200m: 19.19s.

El 21 de agosto de 2009, en el Estadio Olímpico de Berlín, durante la ceremonia de entrega de medallas de 200m, pasó lo inimaginable: 75 mil personas cantaron ‘Happy Birthday!’ y todo era para él, que cumplía 23 años, para él que sólo en momentos como esos se convertía en un hombre profundamente conmovido, un hombre de sonrisas nerviosas, incluso parecía introvertido.

Ese mismo año visitó la Ciudad de México y dio una charla en el llamado ‘Congreso Mundial del Deporte’ (del que no han finiquitado el pago por su asistencia, por cierto), sólo unas horas y fue suficiente para enloquecer a la gente.

Pero en 2011 lo vi enloquecer a él, por la rabia de sus actos, en Daegu, Corea del Sur. Las lesiones fueron decepcionantes capítulos de su carrera, pero esa vez un error fue lo frustrante, lo que le impidió ganar: Usain hizo una salida en falso con la que él mismo provocó su descalificación en la Final de 100m; el Estadio se sumió en un profundo “¡¡¡¡Ooohhh!!!!” y ese grito, como una bomba atómica, destruyó la expectante espera por verlo dominar el hectómetro, con él en el epicentro, como si un hoyo negro absorbiera millones de decepciones.

Pero esa frustración, ese coraje y esa desesperación contra sí mismo, contra sus errores y el aprendizaje de ellos, le hizo tomar la responsabilidad de los siguientes retos y de entre lo doloroso y negativo encontró esa motivación que le hizo ganar dos oros mundiales: en los 200m y con el relevo 4x100m.

El aprendizaje, su felicidad, su certidumbre y su esfuerzo hicieron más radiante su brillo. En Londres 2012 sin lesiones, sin errores y sin miedos, rompió un record olímpico y ganó tres oros…otra vez. En Moscú 2013 recuperó lo que había perdido en los Mundiales anteriores y tenía sus tres coronas en 100m, 200m y el relevo 4x100m de regreso.

Su historia siguió como la que nadie nunca había escrito: de nuevo oros mundiales en 2015 en Beijing, China y ese mismo año regresó a la Ciudad de México para abrir una tienda oficial de la marca que le patrocina. Hasta jugó una cascarita de futbol, pero lo más curioso fue verlo sufrir al subir cuatro pisos en las escaleras del Centro Comercial Liverpool, cuyo elevador estaba bloqueado. Aquí les comparto esa historia. Fue la última vez que lo encontré en persona.

Después de volver a ganar tres oros olímpicos en Río de Janeiro, Brasil, en 2016, anunció que su retiro sería en los Campeonatos Mundiales de Atletismo de Londres, Inglaterra, en 2017, en una nostálgica aceptación del ocaso.

Así avanzó la temporada del adiós, hasta que llegó el agosto de 2017.

El 5 de agosto, día en que se conmemoraban cinco años de que ganó aquel glorioso oro con récord de evento en los Juegos Olímpicos de 2012, Usain regresó a ese mismo tartán en Londres, Inglaterra, a la final de 100m en los Campeonatos Mundiales de Atletismo. Bolt no rompió el récord mundial, tampoco ganó oro: se quedó la presea de bronce, agradecido y melancólico por tantos años de brillo, mientras el nuevo monarca, el estadounidense Justin Gatlin se postró a los pies de la leyenda, que vivía el ocaso de sus días sobre la pista.

Usain se fue de los Mundiales de Atletismo, tal como llegó: con una lesión en los últimos metros, en el relevo 4x100m.

Parecía triste verlo acabar así, pero tirado en el tartán, llegaron todos los relevistas de Jamaica: Nesta Carter, Michael Frater y Yohan Blake, no solo para apoyarlo, en especial para acompañarlo y agradecerle por años y años de esfuerzo, alegrías, asombro, orgullo y en especial, de mucha valentía.

Usain siempre supo que lo acosarían los fantasmas de las lesiones, de los errores y del miedo; pero después de las dificultades de 2004, 2005 y 2011, eligió enfrentar cada competencia con lo máximo que pudo, sin dejar ni el 1 por ciento de su esfuerzo a la deriva, sin dudar por el momento en que le acechara un desgarre o un calambre, sin cuestionarse, sin victimizarse, sin pretextos, ni culpables; totalmente entregado a cumplir lo que él deseaba. Muy por encima de los miedos, se entregó sin límites a su deseo: convertirse en leyenda.

Si me he de llevar un momento de ese chico revolucionario de las pistas, es aquella noche del 21 de agosto en Berlín, Alemania, con miles de voces cantándole y festejando su cumpleaños y aquí un video de ese recuerdo.


  • En 2017 le retiraron el oro del relevo 4x100m por doping del velocista Nesta Carter.
REPORTAJES

PHILIP BOIT: Un keniano en la nieve

KATY-LOPEZ.COM

Como muchos kenianos, Philip Boit soñaba con dedicarse al atletismo de fondo y emular los éxitos de sus compatriotas en el mundo, hasta que recibió una extraña propuesta de la marca Nike: ser el primero de su país que compitiera en unos Olímpicos de Invierno.

Boit encontró un sueño disfrazado de reto en esa oferta. En febrero de 1996, sin conocer la nieve y con el apoyo de la firma deportiva, se mudó a Finlandia para entrenar, hasta convertirse en un esquiador de fondo con nivel de alta competencia; después de todo, contaba con resistencia atlética y una herencia genética deportiva: su tío Mike Boit ganó bronce en 800 metros de los Olímpicos de Munich 72; sin embargo, los resultados de esta aventura sólo responderían a su esfuerzo.

No fue fácil para Philip. Las dificultades iniciaron desde las situaciones más simples, como el clima: en Kenia, la temperatura promedio es de 25 grados centígrados; mientras en el invierno de Finlandia se alcanzan los 19 bajo cero…y también ‘desde cero’ debió aprender la técnica para esquiar en distancias largas.

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Dos años después, Philip logró la meta: clasificó a los Olímpicos de Nagano 1998, en la prueba de 10 kilómetros.

Nunca estuvo entre los favoritos. Terminó en 47 minutos con 25.5 segundos, en la posición 92; es decir, en el último lugar y su tiempo fue 20 minutos superior al del ganador del evento, el noruego Bjørn Erlend Dæhlie, quien es hasta hoy el máximo medallista en la historia del deporte olímpico invernal, con ocho preseas de oro y cuatro de plata.

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Sin embargo, nadie vio a Boit como un perdedor; en su debut olímpico eran altas las probabilidades de que el keniano se sumara a la lista de cinco esquiadores que abandonaron la competencia.

Su presencia en la meta paralizó hasta al mismo Dæhlie, quien pidió se suspendiera la ceremonia en la que le entregarían el oro, hasta que pudiera recibir a Boit.

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El noruego felicitó al keniano por lograr su sueño. El momento era casi irreal ¿en verdad el más grande de la historia celebraba al último lugar de la competencia? La escena demuestra que en el olimpismo hay miles de valores más grandes que la victoria: la humildad, el respeto, la igualdad, la valentía, la perseverancia, el afecto.

Boit no brilló con una medalla, pero recibió el reconocimiento del competidor más destacado, en la historia del deporte olímpico invernal. Para el keniano, ese momento fue tan importante, que nombró a su primogénito con el apellido del noruego Dæhlie.

Después de esa competencia, Nike retiró el patrocinio para Boit, pero eso no lo detuvo. Philip clasificó a los Juegos de Salt Lake City 2002, en los que logró la mejor actuación de su carrera olímpica: el sitio 64 en la prueba de 10km; también compitió en los de Turín 2006 y buscó clasificarse tanto a Vancouver 2010 como a Sochi 2014, sin lograrlo.

Hoy vive en Kenia y en algunas ocasiones sale a las calles a entrenar, con esquís adaptados para el asfalto.