Mujer y Deporte, Relatos 'off the record'

ANA. «Mi héroe es una chava»

El olor de la tierra mojada, el pasto reverdecido, el cielo azul y la pista de atletismo reluciente, con una de las más grandes generaciones de velocistas mexicanos: Alejandro Cárdenas, Juan Pedro Toledo y ella: Ana Guevara. Era imposible no seguirla con la mirada en las prácticas. Su fuerza, su actitud, su autoridad, su autoexigencia, su seriedad al entrenar. Era imponente.

En las entrevistas siempre puntual y asertiva. Su capacidad de reacción no sólo estaba en la pista, también en su pensamiento y sus opiniones; a preguntas absurdas, contestaba con ágiles sarcasmos. Sonorense, dura, franca, directa, pero no extrovertida.

Ana era más bien seria ante la imagen pública, pero la pista la transformaba. En los inicios de la década de los 2000, México se detenía a verla correr. Eran 50 segundos de locura, de pieles enchinadas, de gritos y aplausos …¡hasta porras frente a un televisor! O un transporte público silente, atento a la narración en la radio de alguna de sus victorias.

Después de ganar, ella festejaba con la famosa ‘Anaseñal’, cuando flexionaba el brazo derecho y lucía su reforzado bícep, con una doble intención que quizá sólo en México comprendíamos: un recordatorio para los incrédulos, incapaces de ver en esa delgada mujer una posibilidad de grandeza, hasta que se convirtió en Campeona Mundial en 2003, con una de las 10 mejores marcas en la historia de los 400m: 48.89 segundos.

En 2003 se convirtió en la 1ª mujer mexicana con un oro mundial en atletismo.

¿Quién no recuerda su última carrera? En el relevo 4x400m en los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro 2007, cuando México estaba en 5º sitio a la tercera posta y ella se encargó de cerrar la carrera y llevó al cuarteto a ganar plata —-> https://www.youtube.com/watch?v=gzNxPpaQHWE

La carrera victoriosa de Ana se convirtió en una tendencia. La firma trasnacional Nike no sólo la patrocinaba, además creó una campaña en torno a su brillo: “MI HÉROE ES UNA CHAVA” se volvió el lema para miles de niñas que salieron a buscar sueños en distintos deportes, a que su actitud tuviera más temple y sus retos fueran más grandes.

A pesar de las emociones que causaba, en esa época sólo una vez la vi llorar: en el podio de sus últimos Olímpico, en Atenas 2004, con su corona de olivos y su medalla de plata. Sólo esa vez. Conmovida.

La segunda vez, su llanto fue distinto, vulnerable. Con el rostro hinchado, con el ojo derecho morado y una furia impotente, a causa del abuso y la violencia. Doloroso. Indignante. Inimaginable.

Ana habló en el Senado sobre la agresión que sufrió.

Ana, hoy legisladora, no contrata chofer ni guardaespaldas. El domingo pasado, viajaba en su motocicleta de regreso a la Ciudad de México, cuando, tras un altercado con un automovilista, fue golpeada y pateada en costillas y cara, por cuatro hombres. Se trasladó a un punto de la Policía y la llevaron al hospital, donde la operaron por una triple fractura en la cara. Así, Ana entró a la estadística de mujeres que han sido afectadas por la violencia en México.

Tan pronto la dieron de alta, Ana acudió al Senado de la República para hacer pública su situación. Su voz trataba de narrar, pero en un punto, las palabras se entrecortaban en el llanto, que no fue temeroso ni victimizado, sino decepcionado e impotente.

“Es un hecho cobarde…(se quiebra)…he sido siempre la más ciudadana…(y rompe en llanto de nuevo) (…) No es justo que siga habiendo tanta injusticia, que se siga dando de manera tan arbitraria y tan cobarde”.

Ver a una mujer llorar a causa de la violencia duele como los mismos golpes. Ver a la mujer que erizó la piel de México con su esfuerzo y sus victorias, envuelta en lágrimas y sin poder hablar entre furia, tristeza y decepción, deja a cualquiera vulnerable, endeble.

Pero Ana no se asume como víctima. Se vale llorar, pero no se vale quedarse sólo en las lágrimas, sin que el dolor de la situación estimule a la acción.

Ana levantó muchas veces la Bandera de México y ahora toma un nuevo estandarte: el de eliminar la violencia contra las mujeres. La Senadora, ex velocista, medallista olímpica y medallista mundial, decidió tomar una foto diaria de su rostro y subirla a sus redes sociales, hasta que se desinflamen sus golpes, esto puede tomar meses y ese tiempo y cada foto serán una protesta por cada mujer que es golpeada en México.

Su mensaje es claro: pueden lastimarte, pero está en ti asumir el papel de ser víctima de tus golpeadores, o ser tu propia heroína. Para todas ellas, el lema cobra vida de nuevo: “¡Mi héroe es una chava!”.

Entre lo ya indignante y doloroso, surge además lo inaudito: las críticas, burlas y misoginias contra ella. Las opiniones son diversas y su viralización las deja al alcance de la propia Ana. Las redes sociales curten el ánimo hasta degradar o fortalecer y lo curioso es que en la oscura adversidad, la grandeza de Ana se hace más fuerte…y sí seguro flexiona el brazo para recordar su fortaleza y recordarles a los absurdos que tienen (o tuvieron) una madre y es mujer. 

 

Relatos 'off the record'

Mi remedio para el «¡PUTO!».

@Katilunga

El silencio era profundo en el estadio. “Ojalá lo fallen”, dijo, casi en secreto, un aficionado en la tribuna, pero en seguida le callaron múltiples y autoritarios “¡Shhh!”. Guyana estaba por abrir el marcador con un penal sobre México, en la Final de la Rugby Americas North. Mientras el pateador caribeño Ryan Gonsalves se preparaba para cobrar el tiro, los jugadores mexicanos pidieron a los asistentes abstenerse de hacer ruido y permitir concentración a su rival. Guyana anotó: 0-3 caían de forma parcial los locales, en el Estadio ‘Tapatío’ Méndez de la UNAM.

¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cómo es que 15 tipos rudos entran en duro contacto físico con sus rivales y a punto de cobrar un penal en su contra, esos mismos 15 rudos se encargan de establecer las condiciones ideales para su oponente, que busca superarlos? “Por respeto”, dijo Francisco Echegurén, presidente de la Federación Mexicana de Rugby. “Por los preceptos básicos del Rugby: DRIPS. D: Disciplina; R: Respeto; I: Integridad; P: Pasión; S: Solidaridad”, agregó. Nadie entra al campo sin el DRIPS y nadie se queda sin contagiarlo en la afición. En penales o conversiones, mexicano o guyanés, en el campo o en la banca…en toda oportunidad, los jugadores invitan a la afición a apasionarse, pero con respeto y solidarizarse hasta con el contrincante.

“Nadie le reclama al árbitro en la cancha”. Todos los jugadores se encargan de inyectar el deportivismo en su propia casa, de limpiar la actitud en la cancha y fuera de ella. Por primera vez en su historia, México ganó una final de la región Norteamérica en el Rugby 15 y superó 32-3 a Guyana. Algunos visitantes lloraron en la frustración de la derrota y la respuesta mexicana fue invitar al equipo del Caribe a acercarse a la tribuna principal, donde pidieron al público ovacionar al rival.

Ser ganador es bueno, pero triunfar con la actitud de un Campeón, es ser grandioso. Enaltecer al oponente es pone lustre y pulir con la suavidad del respeto tu propio logro. Ver a jugadores involucrados en el palpitar de un monstruo de mil cabezas, que está dispuesto a gritar, agredir e insultar en la espesa selva del anonimato, es como ver al caballero medieval combatir y superar al dragón salvaje; mientras que abstraerse de la realidad es desunirse de sí mismo.

“Lo único necesario para el triunfo del mal, es que los buenos no hagan nada”

Edmund Burke.

Otro ejemplo…aunque tardío:

En Río 2016, durante la final de salto con garrocha varonil, se dio un duelo de ex amigos, que pasó de una batalla individual, a una guerra trasnacional. El francés Renaud Lavillenie, recordista mundial y oro en Londres 2012, empezó su competencia en 5.75 metros, que pasó en su primer intento, al igual que el 5.85m y 5.93m. Con la varilla a 5.98 metros de altura, sólo dos hombres peleaban por el oro: el galo y uno de los consentidos de Brasil: Thiago Braz.

Thiago entrenó al lado de Renaud por varios años, pero el brasileño se fue con el ucraniano Sergey Bubka (leyenda del atletismo en esta disciplina). Eso los distanció, pero nunca fueron enemigos y ese 15 de agosto, allí estaban, en una lucha en las alturas, por el título olímpico.

En el atletismo, el público suele apoyar a su favorito, pero nunca se abuchea al deportista. Esa norma se quebrantó en esa final, cuando el Campeón Defensor exponía su corona mientras los cariocas lo denigraban. El europeo pasó el 5.98m, entre gritos en su contra. La varilla subió a 6.03 metros, Renau con un estadio amenazante, falló dos saltos, mientras el brasileño pasó el segundo y a los 6.08m, Lavillenie falló su intento de conservar el cetro, mientras el brasileño hizo nuevo Récord Olímpico.

El francés salió afligido y en entrevista habló del maltrato y la falta de educación del público brasileño; hasta les comparó con el público nazi, que sólo apoyaba a los alemanes. En el podio recibió tantos abucheos, que lloró con la medalla de plata colgando de su cuello.

Muchos, incluido Thomas Bach, presidente del COI, se manifestaron en contra del actuar de esa Gestalt carioca, convertida en odio. Thiago mismo reaccionó….pero tarde. Al terminar la Ceremonia de Premiación, en una de las oficinas del estadio, el brasileño acudió a Renaud para apoyarle. Hizo bien, pero debió suceder antes. Durante la competencia, Braz pudo pedir a la gente que no gritara o pudo invitar al francés al primer sitio del podio.

Lo grande es invitar a los demás a atestiguar con más dignidad la lucha del deporte. No se engrandece quien se evade de una realidad indeseable de enfrentar.

 

Relatos 'off the record'

El día en que cayó Bolt

KATY LÓPEZ

@katilunga

Esto que les contaré de Usain Bolt no lo había visto nunca antes…y vaya que lo vi muchas veces, porque tuve la fortuna de presenciar los logros ‘rockstar del tartán’. En Berlín lo vi ganar oros con récords mundiales, celebrar con bailes sus triunfos, o conmoverse en un estadio con miles de voces que le cantaron ‘Happy Birthday’. En Londres lo vi silenciar a 80 mil asistentes en una competencia olímpica, antes del disparo de salida. En Corea del Sur fue como el epicentro de un sismo de decepciones, al hacer salida en falso y descalificarse en la final mundial de 100m (y, en consecuencia, convertirse en una fiera enfurecida consigo mismo por irse derrotado sin siquiera competir); pero en la Ciudad de México vivió tal vez una de sus peores tardes.

Por segunda vez en su vida Usain Bolt visitó México. La primera fue en 2009 para el Congreso Mundial del Deporte y seis años después, en 2015, la firma deportiva Puma, su eterno patrocinador, lo trajo de vuelta.

Cerca de 100 representantes de medios de comunicación estuvimos para verle. La cita fue en un centro comercial de Polanco. ‘El Rayo’, ‘La Leyenda’, el ganador de ocho oros olímpicos y 14 medallas mundiales en el atletismo, el recordista del orbe, estaba allí.

En 2015, durante su visita a CdMx, Usain ofreció una conferencia de prensa en un centro comercial.

Durante la conferencia, Usain batalló con cuatro micrófonos en la mesa. Justo al tomar uno, se apagaba. Nuevo intento: tocaba con la mano, sonaba, lo tomaba y se apagaba. Otro más: tocaba con la mano, sonaba, lo tomaba y se apagaba. Fue tan continuo, que Usain prefirió usar los micrófonos como si fueran unas pequeñas congas y pasó de una ligera desesperación, a la risa que causa el colmo del suceso. (No era propiamente falla de audio: había tantos micrófonos inalámbricos de tantos medios, que la frecuencia se interrumpía y, según la explicación de mis amigos expertos, lo único necesario era abrir otra línea por la que no hubiera interferencia, pero eso no pasó y Usain seguía rumbeando con los micros).

IMG_3820
A Usain siempre le ha gustado mucho el futbol.

Después, Usain cascareó un ratito con el delantero (entonces americanista) Darío Benedetto y le seguían unas entrevistas exclusivas en el cuarto piso del centro comercial. Faltaba muy poco para terminar los compromisos ‘fast track’ por México.

al terminar las primeras logísticas, un fuerte cuerpo de seguridad guió a Usain al elevador de carga del lugar, que se bloqueó para uso exclusivo del jamaiquino…bueno para él, para sus amigos (que lo acompañaban desde Jamaica), para los guardaespaldas, para los de la producción, para los de Puma, y bueno así, el elevador iba tan lleno, que al final ¡no subía!

¡Así es! No subía el elevador que soportaba, lavadoras, refrigeradores y en teoría, a 15 personas, y fue así que empezó la ley de la depuración. “Bájense algunos, a ver si ya sube”, pidió un guardaespaldas. Pero no subía. Bajaron otras personas más y nada…

…pero hay instantes en la vida en los que el mejor lenguaje es el silencio y esos suelen ser los incómodos momentos en los que la mirada va hacia ti. Usain -de psicotipo velocista, que quiere resoluciones rápidas, que puede desesperarse por problemas simples- veía insistente al gordito de la producción que seguía esperando el milagroso ascenso del elevador, hasta que alguien le dijo: “¡Ya bájate! ¿¡Pos qué no estás viendo!?” Y con resignación, salió aquel recriminado personaje con sobrepeso.

Pero la dulce venganza demostró que su salida no cambiaría las cosas: el elevador de carga seguía sin subir y entonces, hubo un dictamen final: “Ni modo. Vamos a tener que subir todos por las escaleras”.

Así, a la antigüita, todos. ¡TODOS! ¡Hasta Usain! Y allí iba, por las escaleras comerciales ‘La Leyenda’, en sus primeros 20 escalones, fresco, atlético, fuerte, decidido; claro, era la mitad de la escalera para llegar al primer piso y siguió subiendo poco más, hasta llegar a la primera planta. Tras un breve descanso era hora avanzar a la segunda. Créanlo o no, esos inocentes escalones ya pesaban en las piernas más rápidas de la historia.

Usain subió más despacio. Subió y el sudor se veía en su frente. Llegó al segundo piso, hizo una pausa, miro hacia arriba y vio a esa maldita escalera de caracol y sus dos pisos faltantes, burlarse de su suerte y sus ojos asombrados regresaron a mirar los escalones, para seguir subiendo en su lapidaria tortura.

Y entonces fue como si sus todos sus oros mundiales y todos sus oros olímpicos empezaran a pesar sobre sus piernas que con lentitud subían la eterna escalera arremolinada hasta aquel lejano cuarto piso.

Era lógico: este hombre es un experto de la velocidad pura, es el rey de la resistencia a la velocidad, del esfuerzo anaeróbico; no es un experto la resistencia a la distancia larga y menos de la resistencia a subir escaleras de caracol de un centro comercial cuyo elevador de carga no sirve.

Pero si a eso le agregamos el factor aniquilante de estar en la Ciudad de México, en verdad que para él debió ser el viacrucis caribeño.

Usain vive en Kingston, Jamaica, a nivel del mar, donde hay más oxígeno que en la capital mexicana y no es porque haya menos contaminación, sino porque la Ciudad de México, en su altitud superior a los 2 mil 400 metros sobre el nivel del mar, tiene 30 por ciento menos oxígeno que en la playa. (Por ello en las pruebas anaeróbicas como 100m y 200m de atletismo o los saltos de los Olímpicos de México 68 se rompieron récords mundiales que duraron muchos años y por ello también pruebas como el maratón de esos Juegos parecían campos de guerra con corredores respirando desde tanques con oxígeno, tirados en las calles).

Así, Usain y todo el peso de su cuerpo, su gloria, su sudor y su cansancio llegaron, triunfantes al cuarto piso. Se sentó en un sillón a descansar y mientras recuperaba oxígeno, aprovechó para ver la etiqueta con el precio del sillón que sostenía su estirpe y se levantó de inmediato (tal vez pensó que era cotización en dólares). Siguió su camino y fue a las entrevistas.

“Nunca más subir escaleras, menos en la Ciudad de México, por favor”, dijo con el poco aliento que le quedaba,  tras conquistar el lejano cuarto piso de la tienda.

Relatos 'off the record'

La Fiesta del Tesgüino

‘Cruzito’ carga los últimos costales de cebolla hasta el local de su patrón, en la Central de Abastos de Chihuahua capital. Se limpia el sudor de la frente y pide permiso para ausentarse el fin de semana porque tiene “unos compromisos en la Ciudad de México”. Lo dejan viajar.
‘Cruzito’, de 1.50 metros de altura, tiene más de 50 años y hace casi 30 salió de la Sierra Tarahumara para trabajar. Desde entonces, antes de que salga el sol, está listo para recibir el cargamento de fruta y verdura en la Central, pero después de la comida se dedica a reforzar la herencia que habita en su sangre: sale a correr.

‘Cruzito’ es de esas almas que sonríe hasta con la vista. Su mirada fulgura como un cielo de otoño, con sólo dos astros radiantes y optimistas. Su piel morena, su cabello negro y sus piernas magras por tanto correr, envuelven un alma noble, discreta, sabia y paciente.

‘Cruzito’ llega al DF la nublada mañana del último viernes de agosto de 2015. Con hermoso atuendo rarámuri: su brillante camisa amarilla, tagora de manta con florecitas de colores bordadas en los contornos y huaraches de cuero. Carga una mochila negra y una cajita de cartón, llena de pares de esos huaraches de su tierra que le trajo a Memo, su amigo y guía en la loca capital de este país.

‘Cruzito’ y su sonrisa llegaron con –diría yo ‘el famoso’- Silvino Cubezare Kimaré, uno de los mejores corredores de 100 kilómetros del mundo en la actualidad, descendiente de grandes fondistas rarámuris.

Cruzito y Silvino llegan a la Ciudad para correr el Maratón. 42 kilómetros que para ellos apenas son el ‘arranque’, pues esa es la distancia mínima entre una comunidad y otra, allá en su tierra. No planeaban cortar el listón, en la meta, pero yo sólo quería seguir su historia por el asfalto capitalino.

Dos días antes del disparo de salida comimos juntos. Fuimos a uno de esos restaurantes de comida italiana…pero qué más daba la región gastronómica. Lo primero que pidieron a la mesa fue: tortillas, chiles toreados y Coca-Cola. Les gusta mucho la carne roja, pero no frecuentan comer lácteos. Comimos agusto todos, entre el olor de la pasta, de los chiles y las tortillas (que sabrá Dios de dónde las consiguieron).

Las calles, el tráfico, el ruido, la gente. Todo era una sorpresa para ellos y ellos también lo eran para ese entorno ajeno. Debí contar cuántas fotos les pedían tantas personas. Posa aqui, voltea allá. Fotos, fotos, muchas fotos, que recuerdan momentos vacíos: nadie intima, nadie platica. En cada foto yo veo un asombro hueco, sin empatía.

A los rarámuris hay que guardarles respeto y silencio, porque así mismo son ellos. No quería aturdirles, saturarlos o aburrirlos; preferí hablar poco y sólo por romper la rutina, platicar algo breve o preguntar de vez en vez alguna cosa trivial y así, dije: “¿Qué tal sabe el tesgüino, Cruzito?”.

(El tesgüino es una bebida hecha a base de maíz fermentado que toman los tarahumaras; una especie de ‘cerveza de maíz’, sin conservadores, ni procesos de refinación y allá en la Sierra, en las comunidades, se hace muy seguido ‘la fiesta del tesgüino’).

‘Cruzito’ frunce un poquito el ceño. Creí que se había molestado con mi pregunta, pero tras su pausa entendí que traía indignación de no poder responder lo que él en realidad quería decirme. El sabor del tesgüino se volvió irrelevante. Lo escuché:

“Allá desde hace años nos quisieron quitar el tesgüino, que porque la gente se emborracha. La gente del gobierno de allá fue a los poblados, rompieron las vasijas y pusieron un expendio de tesgüino ¿¡Cómo un expendio!? ¿Qué es eso? El tesgüino allá no se toma nomás porque sí, no se toma nomás para emborracharse. Todo se convierte en una fiesta porque si uno en su terrenito tiene mala hierba, si ocupa uno limpiarlo para sembrar, los demás de la comunidad le ayudan a uno desde temprano a limpiarlo y otro día de otra semana, uno va y ayuda a otro, y a otro. Es muy cansado eso, pero ya cuando se acaba de trabajar, se reúne la gente a descansar y a tomarse su jarro con su tesgüino…¡NO QUE UN EXPENDIO!”

Cruzito se olvidó de que yo era para él una chabochi (una extraña) y compartió conmigo su molestia. Entonces me habló de la ayuda del gobierno, que sí existe, que si llega hasta las comunidades más lejanas, que “hasta en burro suben las despensas”, pero que, para él, es un apoyo estéril y fortuito.

“La gente no debe tener cajas llenas de comida, necesitamos fertilizantes, palas…La gente no necesita que le regalen la comida, la gente necesitamos ganarnos la comida, necesitamos herramienta para trabaja la tierra y comer lo que trabajamos, no una caja con el frijol, el maíz, en bolsa. Uno no valora lo que se come si no se lo gana. Eso nomás hace que la gente se malacostumbre a estirar la mano, a no hacer nada, a no cuidar su tierra. Se malacostumbra uno, en vez de mantener las costumbres de uno”.

Todo eso me dijo antes de llegar a un entrenamiento en el Ocotal, al poniente de la Ciudad de México, la última práctica antes de correr. Verlos correr, con su frescura, relaja, casi hipnotiza y hasta contagia.

Seguimos juntos casi todo el fin de semana, entre entrevistas, carreras, tráfico de la ciudad y por fin: el Maratón. Cruzito y Silvino corrieron con su ropa tradicional y el resto de los corredores les animaban en el trayecto. Los esperé en la meta, en el Estadio Olímpico Universitario. Ninguno de los dos ganó el evento; no iban pensando en eso, porque lo suyo es correr por nueve o 15 horas, distancias tan eternas como las Barrancas del Cobre. Llegaron a la Ciudad de México para ganarse cada kilómetro, cada experiencia y mi respeto. ‘Cruzito’ y yo nos abrazamos como si nos conociéramos la vida entera.

“Gracias por estos días que me dejaron estar con ustedes, Cruzito”. “No me diga eso, gracias a usted. A ver cuándo va para allá a que conozca, a que vea lo que es la Sierra…y a que sepa a qué sabe el tesgüino”.

Pues sí. Sigo con la pregunta rondando en mi sentido del gusto. En mi boca espera la respuesta. Espero resolverla pronto…pero mientras juntaré herramienta, fertilizante, tela, para llevar a la Sierra Tarahumara, encontrarme por allí con el clan Kimaré y quizá, me invitan a una clandestina ‘fiesta del tesgüino’.

Mujer y Deporte, Relatos 'off the record'

La pequeña mamá olímpica

Por @Katilunga

Sus ojitos negros brillaban como obsidianas entre la oscura noche, atentos al primer capítulo de la vida de un sueño en sus primeros destellos de realidad. Estaba en Londres, Inglaterra, lejos de su hogar en Huancayo, Perú, pero cerca de vivir su alegría más intensa.

Era agosto de 2012, era la Inauguración de los Juegos Olímpicos, era la señora Marcelina Pucuhuaranga, parada estoica con su menudo cuerpo en el estadio británico, con sus manos jugando entrelazadas, observando, expectante.

Los performance dirigidos por el productor Dany Boyle habían terminado y Doña Marcelina se puso de pie para ver el desfile de los atletas. Más 200 banderas, más de 10 mil personas, estrellas como Michael Phelps, Usain Bolt o Roger Federer; pero entre tantos, ella alistaba la mirada para grabar en su recuerdo sólo a una, sólo a su hija, sólo a Gladys.

GladysPueblo
Gladys Tejeda creció en Huancayo, Perú.

¿Quién pensaría que la más pequeña de sus nueve retoños pasaría de pastorear cabritas, a competir por su país? ¿Que ganaría una medalla en los Panamericanos de Guadalajara 2011? ¿Que la maestra del pueblo correría el maratón de Londres 2012? ¿O que Doña Marcelina viviría junto a ella el éxito olímpico?

Pasaron casi dos horas recordando las preguntas que estuvieron guardadas entre sueños y que esa noche encontrarían respuestas en la realidad.

IMG_0167
Doña Marcelina y uno de sus nueve hijos esperaban el desfile de Perú, en Londres 2012.

Tras el paso de más de 150 contingentes, con una mirada llena de paciencia, percibió que al otro lado del estadio llegaba el lienzo rojiblanco con escudo al centro. ¡Llegó Perú! ¡Llegaron sus 16 atletas! Y con ellos, al fin ¡llegó Gladys!

La señora Marcelina no hablaba pero sin pensarlo, con la fuerza de un imán entre madre e hija, se acercó lo más que le fue posible para verla desfilar. Su mirada brillaba con lágrimas alegres y con un mensaje sin hablar, hasta el corazón de Gladys.

IMG_0164
La señora Marcelina vio a su hija Gladys en el desfile olímpico.

“¡Estoy muy orgullosa hija! ¡Lo lograste! ¡Gracias por hacer tanto con lo poco que te he dado!”.

Gladys Tejeda, en sus primeros Olímpicos, sonreía nerviosa mientras portaba su Bandera y dirigía al contingente peruano en Londres 2012.

GladisAbanderada
Gladys fue la primera peruana clasificada a Londres 2012.

“Soñábamos con este momento, yo le decía que podía llegar a unos Olímpicos y no se imagina usted lo que costó, lo que es para mí estar aquí con ella y verla logrando su sueño”.

Las lágrimas ahogaron sus palabras y ese nudo en la garganta que causan los sueños realizados cerró el paso de su voz. No pudo decir nada más, pero todo quedó claro.

La señora Marcelina era una de esas casi 10 mil mamás que estuvieron allí cuando nadie más estuvo; apoyando, creyendo, impulsando a sus hijos hasta tocar sus metas.

La Ceremonia de Inauguración fue espectacular, pero ese momento escondido entre 80 mil personas en el Estadio Olímpico se queda como mi mejor recuerdo.

GladysMaratonJO
El maratón femenil de Londres 2012 fue el más rápido de unos olímpicos; 29 corredoras cerraron en menos de 2h30m.

Gladys sabía que el podio olímpico no era para ella, su logro inicial fue clasificar a los Juegos y el 11 de agosto se decidió a disfrutar su competencia. Las maratonistas corrieron en una mañana lluviosa y pese a ella, Gladys marcó el mejor crono de su vida: 2 horas 32.07 minutos, con su mamá de testigo. Hay logros que no pueden calibrarse con medallas.

Un año después, la pequeña Gladys -también de pequeños ojos negros- corría durante una oscura madrugada en las calles de la Ciudad de México. Conforme el sol despertaba, la menuda silueta de Gladys avanzaba entre miles de corredoras y unas horas después, cruzaba la meta con el primer sitio del Maratón de la Ciudad de México; pese a la altitud capitalina, rompió de nuevo su mejor marca personal, con 2 horas 16.56 minutos.

GladysMtnCdMx
A los 28 años, Tejeda se convirtió en la priemra peruana que ganó el Maratón CdMx.

Gladys se llevó el triunfo, la medalla y una nueva historia que hiciera brillar los atentos, pequeños y oscuros ojos de su mamá.

NOTA. La firma P&G desarrolló la campaña ‘Gracias mamá’, como reconocimiento a la primera, verdadera y eterna patrocinadora de un competidor, e invitó a mamás de atletas de todo el mundo a acompañar a sus hijos en el momento más importante de su vida deportiva, durante los Juegos de Londres 2012. Además, realizaron promocionales de los deportistas electos para la campaña; he aquí el de Gladys Tejeda: https://www.youtube.com/watch?v=GrQM6bgo2v4

MamasP&G
Algunas mamás de deportistas olímpicos latinoamericanos. La 3a de izquierda a derecha es la señora Marcelina.
Relatos 'off the record'

Querido Profe Hausleber…

Le debo esta carta hace años y sé bien que desde el terso infinito ya conoce las verdades de estas líneas, pero en honor a las memorias y por la insistencia de mi corazón, aquí le escribo.

Profe lo extraño mucho y en cada oportunidad platico alguno de nuestros secretos. No se enoje, es la mejor forma de tenerlo presente. En las mañanas, con el aroma del café, me acuerdo de nuestras charlas y aún me río de sus corajes, cuando escuchaba esas recepciones honorables “Demos la bienvenida al ‘Padre de la Marcha Mexicana’: el Profesor Jerzy Hausleber” y usted entre dientes murmuraba “¡Ah! Ya van a empezar estos a chingar con el 11º mandamiento: ¡No mamen!”.

ProfeyYoÉsta es de cuando inauguraron la pista del CNAR que lleva su nombre, y portó en el pecho la Orden del Águila Azteca.

Pero ¿Qué quería Profesor? Si con su autoritario y escandinavo carácter guió a nueve hombres hasta ganar medallas olímpicas y a muchas generaciones a brillar con más de 100 ascensos a podios por todo el mundo; no se le podía nombrar de otra forma. Ahora entiendo que sus ácidas respuestas, eran una humildad repulsiva a los homenajes. “Si yo soy el ‘Padre de la Marcha Mexicana’, díganme dónde está la madre, para que no me echen nomás a mí la culpa de todo el desmadre este”, también decía.

Antes de conocerlo, Profesor, yo le tenía miedo. Sólo sabía que usted era un viejillo inflexible, serio, de imponente actitud e intolerante a la idiotez (quizá eso último era lo que más me intimidaba); pero tenerlo en mi vida marcó una inflexión muy importante. No me tocó verlo en su apogeo como entrenador, pero conocí al ser humano: a un hombre encantador y valiente, a un caballero de corazón guerrero, cuyo latir se movía al vaivén de sístoles ácidas, como el limón, y diástoles, dulces como la miel. Valoro la fortuna de compartir sus pláticas, porque cada momento a su lado era tomar clase.

Me dolió mucho saber sobre la muerte de sus hermanos, durante las Guerras Mundiales, uno ejecutado por el Ejército Rojo y otro por el Italiano; hasta entonces entendí que Polonia quedó a su suerte en fuegos cruzados. Recuerdo su mirada vaga, buscando tal vez entre el dolor de la añoranza, algún recuerdo de ellos. También me dolieron sus piernas, fracturadas hace muchísimos años en una caída, mientras practicaba esquí nórdico. Me dolió que sus ojos atestiguaran esta fragmentada marcha atlética mexicana, como si fueran los restos huesudos de lo que usted había creado.

IMG_8358Sin cita previa, nos encontrábamos en uno u otro lugar, aquí en la Olimpiada Nacional de Tijuana.

 

¿Pero sabe? Una de mis partes favoritas de ir a la Olimpiada Nacional, era saber que estaría usted allí, sentadito bajo la sombra de una carpa. Usted podía ver todos los eventos y categorías, sin discriminar edades, ni disciplinas, sus ojos iban atentos a las pruebas de marcha, como las de martillo o salto, mientras me contaba alguna historia que me haría reír y yo sólo  le hacía preguntas bobas, o alguno de mis malos chistes, mientras brindábamos con traguitos de bebidas isotónicas.

Con usted aprendí además que ser digno no va asociado con riquezas. Tener una imagen digna no es vestir ropa cara, es conservarse limpio, con un atuendo arreglado, con cabello peinado y un aroma que evoque el agrado de nuestra presencia. Siempre lo vi de traje y corbata, y cuando llegaba, su loción English Leather se quedaba en la oficina y se mezclaba con el olor del café y una concha de chocolate.

¿Se acuerda lo agobiada que estaba antes de iniciar la locución en la Copa del Mundo de Marcha de Chihuahua? Era Mayo de 2010. Estudié mucho esos días y le dije que tenía miedo a equivocarme en público, de hecho no me paraba la boca en explicarle cómo me sentía; siempre me dejó hablar mucho, porque usted sabía que el silencio me pone nerviosa, pero cuando me quedé callada, dijo sólo cuatro palabras: “Lo hará muy bien” y con esa frase me lancé a esa nueva aventura.

Al terminar la primera jornada, se acercó y me dijo “Ahora sí puedo decir que en usted tengo una nieta más”. No sé si alguna vez le diría eso al Sargento Pedraza, a Canto o a Bautista, pero para mi esa frase suya vale más que todas las medallas olímpicas de la marcha mexicana.

Hace unos días leía un periódico de 1970. Decía: “México hace el 1-2 en marcha; Colín llora descalificado, Hausleber satisfecho”. Me reí mucho. Imaginé que su actitud campante no respondía ni al oro ni a la plata, sino a ver a alguien sufrir por sus errores. Quizá estoy loca y pienso así bajo los influjos de ese humor ácido que me contagiaba usted.

Y ya poniéndonos ácidos, ¿le digo algo? Usted se hizo el difícil con la muerte. ¿Se acuerda cuando le dieron los infartos? ¿O cuando lo picó la araña violinista -de las más venenosas que existen- y que los pronósticos estaban en contra? Tan pronto salió del hospital y fue a visitarnos, me enseñó su pierna y me dijo que estaba tan hinchada como la pata de un elefante y era cierto. Me reí mucho, porque el pantalón no le subía para que me enseñara el piquete; no lo pude evitar, pero ahora creo que a usted le gustaba escuchar mis carcajadas.

ProfeHausleberyYoNos la tomó Carlos Ochoa, entre alguna de muchas pláticas, tomando café.

Por eso, la última vez que estuvo en el hospital, me mentalicé a una cosa: si lo visitaba, sería para hacerlo reír tanto como usted a mí. Ese jueves, cuando llegué a su cama, estaba dormido y me puse triste; me pidieron esperar, pues despertaría pronto y así hizo. Usted estaba tan de mal humor, como un niño de 4 años que no quería tomar sus medicinas y a regañadientes las tragó todas. No me había visto, por eso me acerqué y hablé fuerte «¡PROFEEEESOOOR!», le dije. Me quedaré por siempre con el recuerdo de ese rostro suyo: sorprendido, emocionado, radiante, feliz. “¡Tenía una semana que no nos sonreía! Deberías venir más seguido”, me dijo Gregorio, su acompañante, mientras usted me tomó la mano con fuerza.

Me dijeron que ya no podía hablar y vi su inmenso esfuerzo por intentarlo. Sólo nos faltó el café. “¿Dónde ha estado? ¿Qué está haciendo?”, me preguntaba, mientras me veía con un brillo alegre en los ojos. Ya no recuerdo todo lo que nos dijimos, pero sí que usted se reía y apretaba con más fuerza mi mano.

Después llegó una enfermera a decir que el sábado lo darían de alta. Usted y yo comprendíamos de qué se trataba todo y no quise llorar. “¡Ya ve Profe, ya se va a dar lata en su casa! Siga igual, no se tome las medicinas, sea desobediente, refunfuñe mucho”, le aconsejé, usted asintió mientras reía. Supe que me haría caso. Al despedirme, me besó la mano, después la frente, nos abrazamos muy fuerte y sonreímos. Quiero agradecerle, Profe, por permitirme vivir el adiós más hermosa de mi vida.

Justo a la semana siguiente, usted se fue. Lloré mucho en la mañana, pero cuando fui a verlo, estuve tranquila, casi feliz, creo que en ese momento me di cuenta de lo afortunada que soy de haber compartido con usted tantos momentos tan bonitos.

En su funeral, yo no quería llorar, sólo quería platicar de todas las cosas divertidas y chistosas que pasamos juntos; tenía ganas de decir «miren: ¡la vida extraordinaria que tuvo y la fortuna que tuvimos de atestiguarla!»; tenía ganas de que otros me compartieran recuerdos sobre usted, desde el Profesor Tadeuz Kepka, el Profesor Andrzej Piotrowski, el propio Daniel Bautista, Carlos Mercenario, Ernesto Canto y un desfile de personas que lo quisimos y lo seguiremos queriendo mucho. Entonces me enteré que usted no nació en Polonia, sino en Lituania, cuando el mundo tenía otros países, otras delimitaciones, otros ritmos.

IMG_6730

No sé por qué no le di un pésame a su hijo menor, por el contrario, de mi boca salió una especie de felicitación. “Eres un gran hijo, Andrés”, le dije a él que lo cuidó por tantos años.

Profe, no se enoje, esta carta no es homenaje, es mi catarsis por no poder platicar más con usted. A mi y a mi café matutino nos hacen falta sus consejos, sus comentarios y su peculiar forma de animarme. Recuerdo un día que me sentía muy mal y le dije “Profe me duele mucho la cabeza” y usted me respondió “pues qué bueno que le duela, quiere decir que todavía tiene la cabeza con usted”. Para no perder la costumbre, sí, me reí mucho. Siempre que algo me duele, recuerdo eso que me dijo y pienso “¡Es cierto! ¡Sigo viva!”.

Le mando muchos besos y abrazos, allá en el rincón azul de una mejor dimensión, donde ya está con sus hermanos, donde no le duelen las piernas y donde seguro también hay arañas violinistas, pero ya no atacan a nadie. Lo quiero mucho, Profe.

Relatos 'off the record'

Un tritón lleno de magia

En el deporte adaptado, en un solo evento -como los 100 metros de atletismo- hay tantas finales como categorías. Filas y filas de niños, de diferentes edades y múltiples discapacidades, esperan salir a escena y competir.

En las pruebas de natación, un hombre moreno, serio y robusto llamaba la atención por su altura y su ceño fruncido. Empujaba una silla de ruedas en la que un niño con espina bífida veía las competencias. Pronto sería su turno. Padre e hijo transitaban asombrados: era su primer gran evento nacional.

El hombre le asistía: le llevó agua, puso una gorra roja sobre su cabeza y le animó, hasta que llegó el momento: 50m dorso, cat. 11-12. El hombre cargó al niño, lo dejó sentadito en la orilla de la alberca, imprimió un beso en su frente y con la mano derecha le trazó una bendición en el pecho.

Fueron 50 metros eternos como la preocupación de ese padre, que veía a su hijo agitar todo lo controlable de su cuerpo para nadar, mientras fuera de la alberca él se ahogaba en sudor y angustia.

“Yo no sé nadar. Nunca me he metido al agua. Él no camina, ni sé si va a caminar. ¿Cuándo iba yo a creer que lo iba a ver nadar? Si no camina. ¿Cuándo iba yo a pensar que haría algo que yo nunca he hecho”. Pensaba en voz alta el hombre nervioso. Explicándole a la nada. Llorando conmovido.

Platicamos un poco. Era albañil. No contaré el montón de dificultades que atravesó para llegar a Tamaulipas el día de la competencia; pues son –en diferentes escalas– los sacrificios naturales que todo padre, como primer y eterno patrocinador, hace por sus hijos.

El pequeño tritón, terminó en tercer sitio y su padre tendría una nueva tarea: ayudarle a subir al podio para recibir la medalla de bronce.

Allí iba el enorme señor, auxiliando a su hijo para salir del agua después de competir. No dijeron nada pero se abrazaron muy fuerte. Aquel hombre, de grandes, toscas y ásperas manos, cargó con delicadeza al pequeño y lo llevó con suavidad hasta su silla de ruedas. Mientras le empujaba, sin que su hijo viera, el hombre limpió las lágrimas, camufladas en sudor que acariciaban su rostro.

El pequeño y sonriente tritón se puso de nuevo la gorrita roja. Me contó el padre que se abstuvo de tomar su Coca-Cola diaria y con lo ahorrado la compró, por el orgullo de darle un regalo, un recuerdo, un amuleto qué usar ese día.

No importa su nombre, ni su oficio, pero aquel hombre pudo ser el albañil que coló la mezcla para construir un sofisticado edificio sobre Av. Paseo de la Reforma; o el que fue a comprar las tortillas y en el camino casi lo atropellan porque el conductor estaba más pendiente del mensaje en el whatsapp que en el camino; o quizás fue aquel voluntario que se ofreció para apuntalar un edificio en ruinas durante el derrumbe en un sismo.

Mujer y Deporte, Relatos 'off the record'

Olga Kaniskina y la Torre de Babel.

Hacía calor y, como sucede en toda Corea, un olor a ajo aderezaba las calles de Daegu. Era el 31 de agosto de 2011 y en ese entorno extraño, se abrió ante mis ojos la explicación de un relato bíblico. No tuve una epifanía, ni estaba fumando hierbas.

En esa mañana, durante los Campeonatos Mundiales de Atletismo, las mujeres salieron a las calles coreanas para contender los 20km de marcha. La rusa Olga Kaniskina y sus 26 años de edad, brillaban en el asfalto con tres oros trascendentes: dos mundiales (2009 y 2007) y uno olímpico (2008).

Kaniskina.Daegu2011.IAAF
La rusa, doble Campeona Mundial y Campeona Olímpica, Olga Kaniskina, en competencia, durante Daegu 2011. FOTO: IAAF.

Hermosa y delicada -como la más pequeña en un grupo de bellas matrioskas- Kaniskina se adueñó del liderato desde el inicio y cruzó la meta en primer sitio. Hazaña histórica, nunca antes vista: ¡tres oros mundiales al hilo!

Pero Olga no celebró, no fue a estirar, ni a dar entrevistas, ni a recibir masaje. Permaneció parada, a una orilla de la meta. Allí se abrió ante mí la puerta de un entendimiento más legible que la palabra.

Kaniskina.Daegu2011.IAAF2
Kaniskina felicita a su coequipera Anisya Kidryapkin, tras darle a Rusia oro y bronce en 20km de marcha, en Daegu 2011. FOTO: IAAF.

No hablo ruso, ni Olga habla español. No dejé de ver qué pretendía. Un instante después, la feliz Kaniskina abrió sus brazos, sonriente, para felicitar a su coterránea Anisya Kidryapkin por ganar bronce. Creí que entonces se retiraría para tener una necesaria sesión de fisiatría, ¡pero no! Se quedó allí, recibió también a Vera Sokolova, (que fue 11ª) y esperó aún más, hasta la llegada de Tatiana Mineeva, quien fue descalificada. La reina de la macha atlética pasó casi media hora parada en el arco de meta, imperturbable.

Se me olvidaron todos los oros que Olga haya ganado y empezó a brillar su corazón.

Entonces recordé la Torre de Babel. Soberbio edificio de siete pisos y casi 100 metros de alto. Según los hebreos, el tirano Nimbrod mandó construirla, después de El Diluvio (cerca del 1,480 A.C.). La lectura rabínica Midrash, documenta que ésta fue una afrenta a Dios, por ‘relegar a un mundo inferior a los humanos y dejar el mundo superior para Él’. La meta de la Torre, era alcanzarle y enfrentarlo.

La arrogancia humana mereció ‘castigos’ de Dios: la diversidad del lenguaje y el nulo entendimiento. Pero el escarmiento es siempre ambivalente y la represalia abre la puerta a nuevas posibilidades. En este caso: encontrar la claridad de un entendimiento superior al habla; que rebasa odios, envidias y confrontaciones. Descubrir nuevos lenguajes era la oportunidad

Tuve un albor de razonamiento: Dios quizá ‘castigó’ a esa humanidad mesopotámica para desistir de esfuerzos vanos y confusos. Dios no está en el cielo, sino en la propia especie humana y mientras los idiomas nos distancian, en muchos otros lenguajes, el ser humano se conecta. El lenguaje conductual, por ejemplo.

Con Kaniskina confirmé que el amor es el idioma universal; que éste unifica al hombre con Dios y al hombre con el hombre.

Confirmé que en cualquier punto de la Tierra la empatía puede encontrar convergencias que diluyen el idioma, las costumbres, los dioses creados por el hombre, o hasta el pecaminoso pasado de ancestros que en un momento fueron víctimas y en otro verdugos. Podría pasar entre México y España; entre Estados Unidos e Irak …ojalá hasta entre Israel y Palestina.

Pero esa conducta hermosa me llevó a pensamientos dolorosos: ¿Por qué en algo ‘tan trivial’ como el deporte me quedó claro? ¿Por qué en algo tan vital como la coexistencia es difícil de entender? Unos ojos mexicanos encontraron admirable un accionar ruso. No hubo nación, ni lenguaje; sólo humanos admirados por el amor al prójimo.

Propongo dos opciones: encontrar ejemplos, o crearlos.

Relatos 'off the record'

Alegrías de oro

Ahí estaba, parado en el muelle. Salió de su embarcación y esperaba estoico. A ratos, Alonso desprendía palabras hacia su coequipero, Jhosimar. Ya se sabían clasificados a la siguiente ronda de su competencia y no se entendía su parsimonia en ese espacio; era un extracto, una escena de ‘Esperando a Godot’ ; no parecían esperar nada. Entonces llegó el motivo del aguardo: Autoridades del deporte nacional y también de la Ciudad de México.

Alonso.Ramirez2
Alonso Ramírez y Jhosimar Valenzuela (gorra), con autoridades, tras ganar su eliminatoria. FOTO: Comité Olímpico Mexicano.

El grupo de funcionarios visitó la rehabilitada Pista Olímpica de Remo y Canotaje ‘Virgilio Uribe’ y felicitó a la dupla que recién ganó su eliminatoria. Intercambiaron pocas palabras, pero todas –y como siempre– de información agradable: de esfuerzo por el país, de orgullo, de que hoy estamos mejor que antes. Ojalá hubiera tiempo de compartir un poco más, de conocer más realidades.

Hacía tiempo que yo no veía Alonso, hasta ese jueves. No pude saludarle, ni externarle mi duelo y mis oraciones por su tranquilidad, ante la dolorosa ausencia de su mamá.

Extraño platicar con él: de cómo va el remo, de cuál será la siguiente competencia, de cómo le fue en la anterior, de lesiones, de cronometrajes, de metas. Todo esto transcurría en la oficina, mientras ofrecía sutiles encantos para insípidos instantes: dulces tradicionales. Granolas, pepitorias, alegrías… de pronto estaba repleta de múltiples versiones de azúcar mexicana.

Así iba Alonso: ofreciendo felicidad en trocitos de amaranto pegados con miel.

Cuando lo veía entrar, pensaba ‘si eres mexicano, no puedes negarte a una alegría’. Es una adicción a la que vale la pena abrazarse. Su nombre invita a tener una; sus nutrientes a comerla y su hechura sólo puede evocar a su creador con sonrisa paciente al prepararlas. Así es Alonso, generalmente sonriente.

Tras la parsimoniosa espera de aquel jueves, el sábado, Alonso Ramírez ganó medalla de oro en el Festival Deportivo Panamericano de Remo (en el bote: dos pares de remos cortos, ligero, al lado de Jhosimar Valenzuela; cronometraron 6:37.26 mins.). Así, también clasificaron a esta embarcación a los Juegos Panamericanos de Toronto 2015.

Alegrías doradas regaló con esa victoria.

Todo ha valido la pena.

Alonso.Ramirez1
FOTO: Cortesía FDP.
Relatos 'off the record'

El triunfo no sólo brilla en el podio

Si en una competencia ya están por llegar los tres primeros lugares ¿qué hacen los demás aun participando, si tienen casi garantizado que no obtendrán una medalla? Las palabras “éxito” y “triunfo” no siempre son sinónimos de “oro”; hay concepciones personales para definir el brillo de la victoria.

Esta es la historia del madrileño Jesus García Bragado, quien en Doha 2019 vivió su 13ª participación mundialista y, con 49 años de edad, terminó en un decoroso octavo sitio con 4 horas 11 minutos y 28 segundos. El hombre con el récord de participaciones en Juegos Olímpicos con siete (debutó en Barcelona 1992) y quien, hace diez años logró una hazaña asombrosa…hasta para él.

Era 2009, era Berlín, Alemania, era el Mundial de Atletismo y eran los 50 kilómetros de marcha atlética, cuando 47 andarines salieron de la Puerta de Brandemburgo, hacia el circuito de dos kilómetros, para conocer -casi cuatro horas después- a su nuevo Campeón Mundial.

La prueba empezó con más de 20 marchistas en el grupo puntero. Allí estaban: el italiano Campeón Olímpico Alex Schwazer; el ruso Campeón Mundial 2005 Sergey Kirdyapkin; o el australiano, doble medallista olímpico, Jared Tallen. Entre cambios de velocidad, algunos marchistas se apoderaban del liderato parcial, mientras otros, se rezagaban…entre ellos, el italiano Schwazer, que abandonó después del 20km.

Pero en competencia seguía Jesús Ángel García Bragado, que marchaba con sus, entonces, 39 años de edad a cuestas. ‘Chuso’ competía con el brillo de tres medallas mundiales, obtenidas en ‘viejas batallas’: oro en Stuttgart 1993, además de dos platas en Atenas 1997 y Edmonton 2001, pero en el Mundial anterior al de Berlín (Osaka 2007) fue descalificado y en esta nueva oportunidad, avanzaba entre los 15 primeros.

Habían pasado casi tres horas de competencia, los andarines ya acumulaban 40km, el clima era templado (22°C), pero la sofocante humedad del 73 por ciento en el ambiente jugaba con el rendimiento de los atletas. Los últimos marchistas ya eran alcanzados por los primeros sitios. Tallent era el líder de la prueba…mientras, con ritmo propio, Bragado estaba a lejanos 2 minutos con 30 segundos del australiano.

Pero ‘Chuso’ no iba pendiente de Tallent, sino de sus cronos. García Bragado logró la armonía entre hidratación, rendimiento y ritmo, para completar cada 5km a un paso constante, no superior a los 23 minutos (cuando habemos quienes ni siquiera corremos esa distancia en ese tiempo).

Los últimos 5km fueron de lo más ambiguo: el español rebasó a varios andarines quizá punteros, quizá rezagados ¿cómo saber? Lo importante era que logró el último de sus 10 objetivos parciales con su mejor tiempo: del 45k al 50km hizo 22.03 minutos. Pasó la meta solitario y detuvo su reloj. Curiosa sorpresa le prepararon el esfuerzo y el destino.

  • ¿¡En qué lugar he quedao’!? ¿¡En qué lugar he quedao’!? Nos preguntaba, antes de iniciar las entrevistas con los reporteros.
  • ¡Chuso! ¡Quedaste tercero! ¡Que has ganado el bronce!!

Imagen

Jesús Ángel tocó la meta en 3:41.37, tres segundos por debajo del tiempo con el que ganó oro, 16 años atrás; no buscaba la medalla, sino ese crono. No lo creía. Tocaría por cuarta vez un podio mundialista; ahora, acompañado por el ruso Kirdyapkin (3:38.35) y el noruego Trond Nymark (3:41.16).

En la competencia, Jesús iba más pendiente de sí mismo, de lograr cada pequeño objetivo, hasta completar la prueba, sin importar lo que hacían el resto de los marchistas. Con ese enfoque, pasó al líder momentáneo Tallent, en los últimos kilómetros, pero ese no era el reto, sino controlar sus parciales; sus máximos rivales fueron su cansancio y las amonestaciones, pues terminó con dos. Superó todo y la recompensa entonces sí conllevó el brillo de una presea. Nada mal para el hombre que además ha sido funcionario público en Cataluña.

Más asombroso resultó que años después le reajustaran el resultado: el ruso Kirdyapkin fue sancionado por dopaje; así, la plata quedó en las manos de García Bragado y el bronce pasó al polaco Grzegorz Sudol.

Los 50km de Berlín 2009 fueron profundamente significativos: explicaron por qué vale la pena seguir adelante en el camino de objetivos claros, sin detenerte. Para él y para todos los que compitieron hay una historia qué contar (incluso para el guatemalteco Luis Fernando García, quien fue el último en cruzar la Puerta de Brandemburgo, en el sitio 31. Su competencia fue un éxito ¿por qué? ¿¡Por qué si llegó más de 20 minutos después del primer lugar!? Hizo un tiempo de 4 horas 18 minutos y 13 segundos…y ese fue entonces el mejor registro de su temporada).

Por su puesto, entre las metas de un deportista de alto rendimiento está lograr un oro, pero el oro propiamente no es el objetivo principal, es la consecuencia de especializarse hasta alcanzar un dominio máximo del esfuerzo por encima del cansancio y el dolor; conforme incrementa la experiencia y la calidad de los resultados personales, las metas crecen; sin embargo, el día en que el brillo dorado de una medalla se convierte en obsesión, es cuando más lejana puede quedar la meta.

En 2020, García Bragado busca culminar una carrera histórica: vivir sus octavos y últimos Juegos Olímpico en Tokio 2020, entre retos, asombro y las sorpresas que resultan de la autoexigencia y el esfuerzo.